jueves, 17 de enero de 2008

Años elocuentes


Marino Vinicio Castillo R. - 1/16/2008

El año ocho del nuevo siglo viene a resultar, políticamente, el más decisivo de cuanto va de tiempo. Año de definiciones, se puede decir sin temor a exceso.

La desaparición de los lideratos fuertes y dominantes ocurrió en los últimos cuatro años del siglo anterior y se puede ver ya, en retrospectiva, cuál ha sido el efecto de succión y turbulencia generalizadas.

A partir del 98 se perfilaron los rumbos que emprendería el desconcierto nacional. A no dudar, fue aquello un umbral de tumbos y orfandad, que luego se viera arrojándonos en una situación que podría definirse como la etapa donde se marcara el horizonte de caos en que todavía seguimos debatiéndonos peligrosamente.

Ajustando la perspectiva, se puede admitir que se ha entorpecido y trastornado la previsión precisa de los dos líderes ancianos de aunar sus esfuerzos y determinaciones finales para impedir que el “salto al vacío” que había anunciado uno de ellos, se hiciera cargo de desgracias indefinibles.

Fue muy obvio que, luego de la honda crisis del año 94, cuando se estuprara la Constitución para hacerla parir un período recortado de gobierno y otras reformas mostrencas y desordenadas, fue cuando mejor se vio al poder extranjero participando en la manipulación de la cosa pública nuestra.

Joaquín Balaguer y Juan Bosch, sin concertarlo de forma expresa, convergieron para contener los designios extranjeros, cuya predilección por una opción de poder acorde con su visión estratégica de nuestros destinos se hizo brutalmente manifiesta.

Leonel Fernández fue el vértice de lo que entendieron los dos líderes mayores como el “camino bueno”, para “reorientar la estabilidad de las instituciones democráticas”, según dijeran ambos en discursos memorables.

En realidad, se trataba de un testamento compartido, aunque no definido ni apreciado, como tal, por sus autores.

He creído conveniente el uso de las menciones de los años, como hitos, porque creo que son de gran ayuda para comprender el significado de los sucesos y ocurrencias de entonces, así como sus secuelas procelosas.

El 94, la crisis más abierta de soberanía política; el 96, la respuesta cerrada y conjunta de “los viejos”; el 98, el principio del “salto al vacío” con la mayoría congresional dominante que empujaría las peores aberraciones subsecuentes.

Desde luego, esos tres hitos se nutrieron de las insidiosas tareas de las intrigas de la política que condujeron a socavar y hacer zozobrar al Frente Patriótico.

Así se abrieron a paso galopante las divisiones y los desencuentros necesarios para debilitar la opción de nación, ideada y propuesta para contener el perverso laborantismo de la geopolítica que mantiene sus ojos fijos en objetivos de diseño diferente para fusionar las dos naciones insulares en un solo Estado o, en todo caso, en una versión confederada, en la que nosotros llevaríamos la peor parte, pues habría que renunciar a valores, no inculcados, sino alcanzados, a fuerza de sacrificios sublimes de tanta gente generosa que ha caído en las luchas por apuntalar la nación en el sitial soñado por los fundadores.

Las intrigas jugaron su papel de siempre. Hubo manifestaciones de torpeza y miopía de todas las partes del Frente Patriótico y ello alentó el crecimiento de la posibilidad de hacerse poder de quienes, también descabezados, traían mociones de poder detestables, verdaderas excrecencias.

Claro está, que no es posible desanudar esos tres años, esas fechas de acontecimientos, de lo que sobrevino luego: el 2000 y el advenimiento de una siniestra muestra de poder, a grupas de la ignorancia y de arrebatos muy díscolos e infecundos, que pusieran todas las posibilidades institucionales en descarrío y abrieran las puertas al fenómeno de violencia desintegradora más oscuro.

El 2002 reforzó la ignominia y fue la secuela lógica del desastre del 2000 que procuró la ampliación del poder por los medios coactivos y maliciosos de lugar, hasta convertir el poder todo en una monstruosa y aplastante versión de vesánico dominio.

El pueblo tiene aún frescas las imágenes y angustias padecidas y está consciente del esfuerzo que le fuera necesario hacer para quitarse de encima el tortor de aquellas locuras.

Prosigo con los años. Fueron precisos los años 4 y 6, para que el pueblo hiciera dos gestos plebiscitarios, al dar y reiterar mandatos sucesivos al hombre y a la organización que habían sido objeto de confianza y predilección de los viejos “del testamento”.

¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ocurre? Estas son las dos preguntas fundamentales que parecen flotar en el alma nacional.

El hombre, la “mina de oro” que definiera Juan Bosch, está intacto en sus capacidades y ha logrado destrezas experimentadas en el mando. Sobre ello hay una convicción extensa.

Sin embargo, se sienten reservas e inquietudes de sectores sensitivos del pueblo, en cuanto a si dentro de la organización que ha sido eje de los esfuerzos de coalición, pasados y presentes, se han separado del norte ético que trazara su más sana inspiración. Algo que lo supo diferenciar en forma atractiva ante los ojos de la población no partidaria.

Se sabía, y así se había previsto, que el proceso de masificación podría acarrear un alejamiento de los rigurosos patrones del diseño fundacional. Se dijo siempre que se tomarían medidas en el seno de la organización para fortalecer sus estructuras y velar por el elevado prestigio alcanzado.

Ahora bien, el poder que siempre resulta desquiciante, tiende a abrumarlo todo. Se ha visto surgir la sospecha de que las fuerzas del crecimiento numérico han debilitado la consideración social, y se teme seriamente que termine esto por afectar el curso deseable de derroteros delicados por trillar.

Juan Bosch ha debido ser el referente exigente y estricto. Se ha optado por los raudos aplausos de los actos públicos, pero dicen algunos en las inmediaciones del Cementerio de La Vega, que hay huesos intranquilos.

La ofensiva global contra el Estado Nacional es creciente, aunque nada sorprendente. “Los viejos” están como ausentes para siempre. Esto podría no ser el querer del pueblo, pese al aberrante clientelismo que parece borrarles. El pueblo, tengo la convicción, los querría de referentes.

Se aguardan definiciones, verdaderamente comprometidas con las aspiraciones públicas.

Una República neta, soberana, saneado el cáncer de su identidad falsificada, vigilante, y generosa a la vez, ante los aciagos trastornos del vecino Estado, pero, manteniendo a raya los atrevimientos de los intereses de naciones poderosas tratando de aliviar emigraciones indeseadas o de la propia droga, que ya campea en ambos lados, como fermento de lo fallido.

No olvidar que tales condiciones son necesarias para impedir la cirugía mayor de geopolítica, largamente urdida, que entre nosotros, a fuerza de descaro y oportunismo, los taimados grupos nacionales “que se prestan para cualquier ensayo”, no descansan en promover.

Por esa y otras consideraciones, que enunciaría luego, es que pienso que el año 8 es singular; podría ser crucial para definir, de una vez por siempre, todas esas cosas superiores que jamás podrían ser postergadas, disimuladas o manipuladas por los rejuegos del poder político.


http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=44435