lunes, 11 de enero de 2010

¿Coca en los colmados?

Vinicio A. Castillo Semán - 1/11/2010

El pastor evangélico Ezequiel Molina ha propuesto la legalización de la venta y distribución de droga en el país, como una manera, según su apreciación, de acabar con la violencia criminal y la corrupción que genera su tráfico ilícito. La idea parte del hecho de que esa lucha ha probado estar perdida y no hay posibilidad alguna de ganarla por las vías que se han implementado hasta el momento.

El primer gran error que cometen los partidarios de la legalización de la droga es querer equiparar el problema de éstas con el período de combate a la producción, distribución y venta de alcohol ocurrida a principios del Siglo XX en los Estados Unidos y que concluyera con la legalización de las bebidas alcohólicas.

La diferencia fundamental y abismal entre las drogas y el alcohol es el grado de adicción que éstas producen en los seres humanos y los efectos nocivos que cada una de ellas tiene sobre la conducta de éstos.

Si bien es cierto que el consumo de alcohol en exceso puede crear adicciones y problemas conductuales, no es menos cierto que jamás podría compararse con el efecto producido por la cocaína, para mencionar la droga más popular en el tráfico y consumo de estupefacientes.

Es un hecho indiscutible y probado médicamente, que para un ciudadano desarrollar la adicción al alcohol necesita períodos que van desde diez a más años, contrastando con el tiempo mínimo que necesitaría para hacerse adicto a la cocaína o a la heroína.

Hoy nuestros ciudadanos sanos, jóvenes, maduros y viejos, pueden tener acceso a tomarse en su tiempo de ocio una o más botellas de cerveza, o uno o más tragos de ron, de vodka, de whisky o vino, sin que eso afecte considerablemente, de forma dañina, su conducta personal o social. El efecto adictivo que crea el trago ocasional es ínfimo, si se le compara con lo que representa el consumo de cocaína o de heroína.

¿Qué sería de nuestro país si a la gente se le dijera que puede comprar una dosis de cocaína en el colmado de la esquina, como si fuera una botella de cerveza? ¿En qué sociedad viviríamos, si la cocaína y la heroína pasan a ser productos legales, comercializables a través del marketing de la publicidad de los grandes medios de comunicación? ¿Cuál sería la reacción y el impacto de nuestras juventudes sanas y no contaminadas, si se les dice de buenas a primera que consumir cocaína o heroína no es delito ni crimen y que pueden probarla y usarla sin ninguna restricción? Evidentemente, que estaríamos construyendo una sociedad de zombies y de lunáticos, en la que la tasa de violencia, criminalidad e inutilidad, personal y social, subiría hasta el cielo. Nos convertiríamos en una sociedad de enfermos, bajo una adicción que sólo lleva a la degeneración del ser humano.

La causa que aduce el reverendo Ezequiel, de que la legalización de las drogas es la alternativa porque “la lucha está perdida” y “no hay nada que hacer”, a mi juicio, es la vía más fácil de salirle huyendo al problema fundamental, que es la falta de rectitud, energía y probidad que ha faltado en el mundo y en nuestro país para enfrentar este grave flagelo.

Lo que ha pasado aquí en nuestro país es que, mientras voces responsables, como la del Dr. Marino Vinicio Castillo, hace décadas, alertaron sobre el peligro de las drogas y su infiltración en los distintos estamentos del Estado, de la política y la economía, la sociedad se mantenía indiferente y descreída ante la campaña mediática de que eran “exageraciones” y “tremendismos de Vincho”. Hoy, cuando las predicciones del Dr.

Castillo están quedando pequeñas ante la realidad, la sociedad dominicana se estremece y ve cómo los tentáculos del crimen organizado han permeado prácticamente todos los estamentos del Estado y de los estratos más variados de la sociedad.

Pero no todo está perdido. Así como hay muchas lacras en los organismos encargados de perseguir el crimen organizado de las drogas, la sociedad está viendo cómo cabos y sargentos apresan coroneles y altos oficiales in fraganti, metidos en el tráfico de estupefacientes y, aunque en un número muy reducido, ha tenido en el pasado reciente exponentes del poder judicial al que el narco les ha temido.

Así como hay motivos para la alarma y el descreimiento, el país está viendo mandos policiales en capacidad de jugársela contra el narcotráfico, como es el caso del mayor general Rafael Guillermo Guzmán Fermín, jefe de la Policía Nacional, y el mayor general Rolando Rosado Mateo, presidente de la Dirección Nacional de Control de Drogas, quienes han demostrado librar una lucha sin cuartel en sus funciones contra las redes del narcotráfico en nuestro país.

La mayor prueba de que la lucha no está perdida y de que se puede combatir el narcotráfico si hay voluntad y decisión, es la adquisición por parte de nuestras Fuerzas Armadas de los primeros aviones Super Tucano, con cuya reciente llegada al país, según informes fidedignos, se ha reducido en los últimos 45 días prácticamente al mínimo el incesante bombardeo de drogas que venía produciéndose sobre nuestro territorio en los últimos años, procedente de Colombia.

Si el Estado quiere, puede; si el liderato político se pone de acuerdo, puede crear una Jurisdicción Nacional Antidrogas, endurecer las penas contra los narcotraficantes.

http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=127679

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