sábado, 16 de agosto de 2008

A Don Juan (in memóriam)

Marino Vinicio Castillo R. -

No hay hondonada como el olvido. Y los pueblos lo presienten. Por ello, cuando recuerdan a sus grandes hombres y mujeres, los pueblos se levantan. Y es que parte de la modernidad disolvente consiste en eso. Aplastar los recuerdos.

La memoria social ha de ser inderogable. Buscar en los hechos y los comportamientos es indispensable. Sólo así se mantendrán los alientos. Recordar tanto las glorias como las ruinas es la manera segura de hacer perdurar al pueblo. Emular las trayectorias limpias y enmendar los extravíos aciagos.

Los méritos, como los deméritos, precisan estar presentes en la memoria del pueblo, porque no hay otra forma de comprender los deberes. Lo que se puede y no se debe. Lo que se debe aunque no se pueda. Los códigos no escritos del decoro y el heroísmo tienen que ser descifrables siempre.

Por todo ello, al rememorar el nacimiento de Juan Bosch, el pueblo se eleva y la luz que trasciende de la cal de sus huesos es votiva, inmensa. Ahuyenta todo lo fatuo y no verdadero. Esos huesos son índices para los rumbos y para el reproche.

Sus letras de enseñanzas perpetuas, auténticos tuétanos de la conducta ideal, así como los caídos en las luchas armadas y la resistencia por la libertad, son nuestros únicos activos sobresalientes. Los héroes del pensamiento, de la palabra y de las obras de ejemplo, son nuestros faros.

Ahí no puede haber entuertos, ni visiones turbias, por mucho que se empeñen los enemigos de la patria, desde adentro. Las efemérides, pues, son vitales por lo que sirven de sustento. He pensado mucho en Don Juan, en esta hora difícil de una crisis mundial que fuera advertida y presentida por su sensitivo genio. Le he echado, además, mucho de menos. Su cátedra digna y perenne se hace hoy más imponente. No seguirla y pretender envilecerla a fuerza de distorsiones y olvido, es el más venenoso ejercicio de maldad contra la nación.

Bosch entre nuestros grandes hombres del pasado siglo es una expresión muy alta del compromiso supremo. Profundamente rememorable, propiamente no duerme. Tal es la necesidad exigente de la vigilia. Un asta gigantesca donde enhestar todas las banderas posibles de la enmienda y el progreso. Teresa de Calcuta, al hablar de la caridad, llegó a decir: “Dar hasta que duela”.

Cuando se trata de honrar a un grande la patria no hay domingo holgado para el homenaje. Este ha de hacerse, justo a tiempo. En Río Verde vio la luz un gigante de la historia nuestra el 30 de junio del año 1909.

No hay porqué anticipar esa fecha para la comodidad de la asistencia a la Eucaristía y la ofrenda. Fue un día como el lunes 30 cuando Bosch nació. Si se le preguntara a él, en la dimensión en que se encuentre, de seguro nos regañaría. Quizá por la propia ofrenda, dada a su humildad y, peor aún, por anticipar la fecha recta de su nacimiento.

Cuando se le rinde tributo a los manes de la patria hay que estar dispuesto a interrumpir las labores y a desafiar los elementos de la intemperie. En todo caso, he querido expresarme en el umbral del centenario de su nacimiento para que todo se realice conforme a la rigurosa disciplina de su vida ejemplar. Bosch vive entre nosotros. Recuerdo todavía emocionado cuando tardamos varias horas en llevarle al sepulcro para reposo de sus restos, cómo salía de los caminos y al borde de las carreteras tanta gente sencilla de las entrañas mismas del pueblo haciendo gestos de pesar al ver el cortejo.

Comenté entonces, y ahora siento la necesidad espiritual de hacerlo, que aquella congoja popular en los caminos me hizo recordar la cita histórica del recorrido hacia Springfield, Illinois, que hiciera el ferrocarril conduciendo el féretro de Abraham Lincoln. Hubo necesidad de detener cientos de veces la marcha porque el pueblo quería llorar al paso del héroe.

Volvemos a Don Juan. Retengámosle en el recuerdo imperecedero y abrevemos en la fuente maravillosa de su sublime intransigencia.

http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=64716

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