Por Pelegrin Castillo Semán
El Cardenal López Rodríguez sabe que la verdadera vida de fe en
Cristo, está marcada por la contradicción, la lucha, la incomprensión.
Las más de las veces con los contrarios, pero también con los propios y
cercanos. “El fuego amigo” de las guerras militares es “la
contradicción de los buenos” en la vida de la Iglesia.
También conoce de sobra que, desde su fundación, las rivalidades y
desencuentros han acompañado a la Iglesia en su milenaria existencia,
tanto por motivos teológicos como por afanes de poder mundano.
Por tanto, está muy consciente que el voto de obediencia es el
correlato natural de la potestad disciplinaria y del deber de reprensión
que corresponden a la jerarquía.
No desconoce que siempre es bueno practicar la corrección fraterna
con cariño, pero ante la actitud desafiante y contumaz de las
provocadores, a nadie debe sorprender que experimente episodios de justa
ira, como los tuvo Pedro o el propio Jesús.
Sabe que no faltarán sectarios que se atrevan a presentar como
abominable la dura amonestación, y no la filtración maliciosa de las
diferencias internas, que solo buscan dar pasto al morbo de medios de
comunicación que agreden deportivamente a la Iglesia, aquí y en el
mundo. Sabe que las persecuciones y el rechazo, son consustanciales al
apostolado.
El Cardenal López Rodríguez, como figura señera de la Iglesia
dominicana, sabe que está pagando un alto precio por haber encabezado
durante años la exitosa resistencia nacional a los planes de imposición
desde el exterior de la Cultura de la Muerte, que con clarividencia y
valor denunciara Juan Pablo II.
Sabe con certeza que haber contribuido en forma decisiva a frustrar
los intentos de despenalizar el aborto, cerrar brechas jurídicas para la
promoción de modelos de “familias alternativas”; o frustrar los
intentos por negar la identidad cristiana de la República, en nombre de
un laicismo mal entendido, ha disgustado mucho a las elites
globalizantes de aquí y de fuera. Seguro que al Cardenal no le extrañó
que Vargas Llosa lo llamara cavernario en nombre de un falso
“progresismo” al pedir al Papa su destitución. Probablemente, lo
disfruto.
Con su actitud frontal y corajuda –muy propia de su estirpe
familiar–, da por supuesto que lo van a descalificar o estigmatizar con
saña, los promotores de un relativismo dictatorial, que lamentablemente
ha penetrado muchos ambientes del mundo que vivimos de la mano de una
espíritu tolerancia acrítico, más cercano al acomodamiento vergonzante,
que procura confundir libertad con libertinaje.
Como alta figura eclesiástica asume con plena conciencia la tradición
histórica de una Iglesia estrechamente vinculada a la República y sus
luchas: los constituyentes sacerdotes de 1844; Monseñor Meriño, el
Arzobispo –Presidente; el Padre Rafael Castellanos, ardoroso
nacionalista. Él mismo, siendo un joven sacerdote, participó en el
proceso de ruptura y confrontación de la Iglesia con la dictadura de
Trujillo, para abrir espacios a la democracia y la libertad.
En consecuencia, el Cardenal López Rodríguez está pagando también un
alto precio por oponerse a los planes de poderes foráneos de buscar una
“solución dominicana” a los problemas generados ante el colapso de
Haití. Sabe hasta la saciedad que resulta profundamente injusto y
equivocado promover los derechos humanos aplastando o desconociendo los
derechos de las naciones. Mucho más, cuando se hace bajo patrocinio
extranjero.
Su visión no puede ser reduccionista o disociada de la historia: Está
obligado a ver que tras el drama humano de los migrantes pobres y
desesperados, existe el drama de las dos naciones insulares: una, Estado
fallido; la nuestra, Estado débil, vulnerable, dependiente. Tampoco
puede guardar silencio frente a los rejuegos cínicos y manipuladores de
poderes foráneos que quieren evadir sus responsabilidades históricas,
minimizar sus compromisos.
Sabe que guardar silencio ante esas imposturas, que no denunciarlas
con fuerza ante el mundo, es traicionar su consciencia patriótica y
cristiana. ¿Cómo debe proceder un pastor responsable, ante vacilaciones e
irresponsabilidades susceptibles de generar situaciones que afecten la
paz y la estabilidad en la Isla de Santo Domingo y el Caribe? ¿Cuál
actitud debe adoptar frente a llamados a subvertir el orden
constitucional, resistiendo la aplicación de la Sentencia 168-13 del
Tribunal Constitucional?
Como conocedor de la Encíclica Pacem In Terris sabe que, en virtud
del principio de subsidiaridad, corresponde a la Comunidad
Internacional asumir sin más dilaciones y reticencias, junto al
liderato haitiano, la ingente tarea de la reconstrucción de las bases
nacionales de Haití. ¿Acaso no sabe, como lo saben los líderes del
mundo, que esa lacerante situación extrema existía mucho antes del
terremoto del 2010, tanto por culpa de las clases dirigentes haitianas
como por el prolongado trato punitivo de aislamiento y exclusión, de
indiferencia e intervenciones destructivas, impuesto desde 1801 por las
potencias coloniales y otras naciones que han faltado a sus especiales
obligaciones históricas y morales?
Sabe sobre todo que, a pesar de las diferencias y recelos de una
difícil coexistencia, ningún pueblo de la tierra, ha sido más solidario y
abierto con los haitianos que el dominicano, y que, por tanto,
infamarlo y descalificarlo como racista, xenófobo, genocida,
segregacionista, es faltar gravemente a la verdad y a la justicia.
El Cardenal López Rodríguez sabe muchas cosas más, pero sobre todo
sabe lo más importante: que las verdades deben proclamadas con el celo
de los profetas, o
¡las
gritarán las piedras!