por: Pelegrin Castillo Semán
Quiero ante todo felicitar calurosamente al Centro de Pensamiento y Acción del Proyecto Nacional por la acertada iniciativa de auspiciar un ciclo de conferencias sobre el asunto que debe constituir, como veremos, la mayor prioridad de los dominicanos.
De la forma que pensemos y actuemos en relación al mismo, dependerá en gran modo que preservemos las cosas buenas que hemos alcanzado a lo largo de nuestra historia, pero sobre todo, que conquistemos en el siglo XXI un estadio superior de seguridad y progreso.
Me siento muy honrado de pertenecer a este Centro de Pensamiento y Acción de reciente formación, que constituye sin duda una expresión magnifica de las grandes reservas que tiene el País Nacional, para vivificar y renovar la vida de la República en todos sus órdenes.
Asimismo me siento muy satisfecho de que el compromiso del Centro no será solo con el pensamiento sino también con la acción, la acción unificadora y transformadora que hace que los intereses y aspiraciones de un pueblo se encarnen en políticas públicas justas y efectivas.
El Proyecto Nacional ha estado presente en el discurso público de las clases dirigentes, desde la fundación de la República. En ciertas ocasiones, como un tópico retórico conveniente, en muchas otras como expresión de la necesidad de afirmar el derecho a la existencia, cuando está amenazada.
DERROTISMO DERROTADO
Pensar y actuar en función de un proyecto nacional en República Dominicana, nunca ha sido tarea fácil. Siempre ha tenido que desafiar el descreimiento y el escepticismo de los que no han apreciado qué podemos ser como nación, y combatir a aquellos que en forma consciente y deliberada han trabajado contra nuestras mejores posibilidades.
Generación tras generación, puede oírse el eco de las palabras de Narciso Sánchez a su hijo:
¨Desengáñate Francisco, que esto podrá ser un país pero nunca será nación¨; o el lamento desgarrado de un corazón patriota como el del insigne intelectual, Don Américo Lugo, que luego de escribir la tesis la República Dominicana ante el Derecho Internacional Público, poniendo en entredicho la capacidad del pueblo de configurar a plenitud una nación, se convierte en uno de los defensores más intransigentes de la soberanía y la autodeterminación nacional cuando decidió combatir la ocupación norteamericana del 1916.
A pesar de que estas corrientes de desaliento y derrotismo siempre nos han acompañado, la idea y la realidad de la nación ha ido afianzándose en cada generación por la acción heróica de un puñado de dominicanos, aquellos que Duarte llamó los ¨Providencialistas¨, que mantuvieron el ideal de una patria libre, soberana e independiente aun a costa de grandes sacrificios, hasta su propia sangre.
La nación dominicana –como muchas otras- nace débil, tambaleante, vulnerable, y la intelección y concreción de la idea nacional se realiza en forma progresiva después de experimentar caídas, retrocesos, defecciones, como demuestra con su penetrante visión histórica Pedro Henríquez Ureña, quien databa ese proceso en el periodo comprendido entre la Independencia Efímera del 1821, la Restauración de la República, y la derrota de la anexión a los EEUU en 1873.
Después vendrían las dos intervenciones norteamericanas del Siglo XX, que marcarían profundamente la vida de la Nación, generando relaciones especiales, complejas y a veces contradictorias con la gran nación del norte, así como unas perniciosas corrientes de sometimiento que descartan hasta las más elementales manifestaciones de autodeterminación nacional.
Sin embargo, sigue planteándose todavía la interrogante sobre si constituimos una nación, si tenemos proyecto nacional. A veces con ansiedad, a veces con contrariedad o rabia.
Cuando queremos ser benignos y explicarnos acontecimientos nacionales insólitos, solemos repetir una expresión que hizo popular de un gran humorista dominicano: ¨este es un país muy especial…!!¨
LO QUE HEMOS LOGRADO
Si pasamos balance en forma objetiva y desapasionada a nuestro devenir histórico, debemos reconocer que sí tenemos un proyecto nacional que nos ha permitido asegurar importantes objetivos nacionales, ciertamente con dificultad, en forma precaria, y la mayoría de las veces por imposición autocrática.
Hoy República Dominicana puede exhibir con orgullo tener la capacidad de producir una gran parte de sus alimentos, contar con un sistema nacional de áreas protegidas que ha sido reconocido internacionalmente, poseer una estimable infraestructura de carreteras y caminos vecinales, puertos y aeropuertos, presas y canales, telecomunicaciones y servicios turísticos.
Hoy los dominicanos podemos celebrar que después de una guerra civil, originada por el derrocamiento del primer gobierno democrático surgido tras la caída de la dictadura hace 50 años, se han efectuados 16 elecciones generales. A pesar de sus manchas y fallas, estos comicios han servido para garantizar la paz pública y afianzar un ambiente de creciente ejercicio de libertades ciudadanas, que han hecho posible un sostenido incremento del producto interno bruto, confiriéndonos el liderazgo en América Latina, con un promedio anual de 5.5%.
Hoy este pueblo, que surgió al mundo con un talante cosmopolita por su escasa densidad demográfica inicial como bien lo describe Pedro Fco. Bonó, puede mostrar uno de los procesos de amalgama, integración y convivencia étnico-cultural más amplia de todo el continente, al tiempo que proyecta al mundo su carácter y personalidad en el ámbito de los deportes y el arte.
Hoy tenemos más conocimientos de nuestras enormes potencialidades, al disponer de más información técnico-científico sobre los recursos naturales renovables y no renovables con que contamos, a la vez que –por lo menos en el plano normativo- podemos exhibir una constitución avanzada, votada tras un proceso sin precedentes en la historia nacional, un cuerpo de leyes modernas, y acuerdos internacionales de integración que nos vinculan con los espacios más ricos del mundo.
DESAFÍOS, RIESGOS Y AMENAZAS
Sin embargo, todos esos logros reales, que solo los espíritus mezquinos o muy exigentes pueden desconocer, -y sobre todo las otras grandes metas que debemos alcanzar en el porvenir-, se encuentran seriamente amenazadas, en riesgo de sufrir grave menoscabo o de perderse irremisiblemente.
Y esa afirmación rotunda guarda relación con la siguiente realidad: Estamos encarando pruebas cada vez más complejas y peligrosas, provenientes de nuestro entorno exterior global, regional e insular, que tienen gran impacto adverso en nuestras realidades internas, caracterizadas por un proyecto nacional frágil, que acusa graves vulnerabilidades y acentuadas dependencias.
Desde la antigüedad, ningún pueblo podía buscar su seguridad y prosperidad sin pensar en sus vecinos. En el presente, cuando resulta más que evidente el destino común de la humanidad, cuando las naciones y las personas están más interconectadas que nunca –augurando más que una época de cambios un cambio de época- todo lo que acontece fuera de nuestras fronteras por remoto que parezca, es susceptible de impactarnos para bien o para mal.
Que estemos preparados para aprovechar las ventajas o mitigar los perjuicios de esos escenarios exteriores volátiles y retadores, depende fundamentalmente de que contemos con un proyecto nacional fuerte e integrador ¨, en ese pedazo de la humanidad que nos queda más cerca¨, frase esplendida de José Martí para describir la Patria.
Además de esa formulación general, debemos hacer conciencia de la gravitación que en la historia nacional ha tenido, tiene u tendrá nuestra ubicación geopolítica. El hecho de ser un estado central -centro del continente, centro del Caribe- con seis fronteras marítimas y una terrestre- con potencias mundiales, con potencias regionales, con estados influyentes y estados emblemáticos-, al tiempo que reporta apreciables ventajas nos impone riesgos serios y crecientes.
Para pensar y actuar en función de un proyecto nacional, las clases dirigentes nacionales, así como todo ciudadano que se sienta responsable del destino dominicano, debe tener presente un conjunto de realidades y procesos que se encuentran estrechamente relacionados entre sí de muchas maneras.
A continuación describiré suscitantemente los seis mayores desafíos que en mi opinión enfrentamos los dominicanos en el siglo XXI:
CRIMINALIDAD EN ASCENSO
PRIMERO: La fuerte expansión del narcotráfico, el crimen organizado, la corrupción transnacional y el lavado de activos, a través de la región del Caribe y la isla de Santo Domingo.
Ese complejo fenómeno criminal no solo es potenciado por la fragilidad de los controles en las fronteras terrestre, marítimas y aéreas, en los puertos y aeropuertos, sino que nutre una economía subterránea, de lucro fácil y consumo lujoso que constituye uno de los mayores desincentivos a la mejoría de la competitividad real de las fuerzas productivas de la nación.
Como no puede haber calles seguras sin fronteras seguras, dicho fenómeno también está en el origen de la creciente inseguridad ciudadana y la violencia intrafamiliar, a través del consumo de drogas y la sub cultura que promueve, especialmente, en nuestra juventud.
Conociendo la experiencia de otras naciones- y conscientes de que ese es un frente de guerra donde no puede ganarse en forma definitiva ni unilateral-, puedo afirmar que de no reaccionar con mayor vigor, inteligencia y determinación frente a las tendencias actuales, el estado nacional será desestabilizado, y eventualmente desconocido como un narco estado, lo que podría facilitar, algunos esquemas de manipulación imperialista en la isla de Santo Domingo.
COLAPSO DE HAITÍ
SEGUNDO: Una de las pruebas más duras que debemos enfrentar es lograr que la comunidad internacional asuma un compromiso serio, eficaz y sostenido con la reconstrucción de Haití en Haití, para que esa nación recupere la esperanza en un mejor porvenir y deje atrás una historia de caídas y conflictos, que la ha colocado al borde de la extinción; para que deje de ser un vecino tormentoso y se convierta en un socio y aliado en el progreso y la seguridad de la región.
Si se mantienen las tendencias de los últimos veinte años, en un estado que ha sido clasificado como fallido por importantes centros y publicaciones del mundo -y frente el cual la comunidad internacional y sus propias clases dirigentes, asumen una actitud oscilante entre la evasión irresponsable y el involucramiento superficial y efectista-, nadie puede tener dudas que los mayores perjudicados seremos los dominicanos, no obstante, haber demostrado ser la nación que más ha comprendido y manifestado su solidaridad con la desdichada pero no menos altiva nación haitiana.
Para ese objetivo es imprescindible cooperar con la comunidad internacional y con Haití y sus autoridades, pero al mismo tiempo demostrar los límites de esa cooperación, para que nadie tenga la tentación de ofrecer, procurar o encontrar una “solución dominicana” a los problemas de Haití.
En consecuencia, debemos estar dispuestos a proteger con energía nuestras fronteras, aplicar con justicia la Constitución y nuestras leyes, plantear sin temor ni vacilación nuestros intereses nacionales, cumplir y exigir el cumplimiento cabal de las obligaciones y compromisos internacionales, en el entendido de que más que un fenómeno migratorio, enfrentamos un intrincado problema internacional.
RETO DE INSERTARNOS BIEN
TERCERO: La inserción en la economía internacional constituye un desafío de trascendental importancia para la nación. Siempre he sostenido que quedarse fuera no era ni será una opción, pero que insertarse mal es tanto o más negativo que quedarse fuera.
De una buena inserción depende que mejore el clima de inversión, que se generen más empleos de calidad y eleven los salarios reales, que se promuevan la formación de los recursos humanos, la innovación y la ciencia, se fortalezca la institucionalidad y cuide mejor el medio ambiente.
A pesar de tantas implicaciones, los procesos de integración a la economía internacional se han manejado, más que con verdadero sentido de Nación, con la superficialidad propia de las modas, respondiendo a los apremios de algunos poderosos grupos de interés, o bien impulsados por las urgencias políticas de un intento de reelección presidencial alocado, que desquició severamente la vida nacional.
La peor muestra de lo antes descrito es que República Dominica fue el único estado parte que no logró excluir de las negociaciones del DR-CAFTA un solo producto sensible de su agropecuaria, quedando amenazada su seguridad alimentaria.
Pero si las negociaciones han acusado deficiencias, la implementación ha sido lenta y defectuosa en el aspecto más relevante y decisivo: crear un entorno nacional favorable a la producción nacional y a la competitividad de nuestras empresas en los mercados internacionales.
Ni siquiera se ha podido asegurar el mercado de compras gubernamentales a los productores nacionales, en aquellos espacios permitidos por los acuerdos, ni mucho menos poner fin a las nocivas prácticas de otorgar licencias de importación improcedentes.
No tiene ningún sentido integrarse hacia afuera sino estamos dispuestos a integrarnos hacia adentro, con la conciencia de que todos los sectores de la vida nacional cuentan a la hora de darle un gran impulso al carro del desarrollo dominicano.
No nos llevará a nada bueno la integración hacia afuera, sino estamos dispuesto a reducir el elevado costo país, compuesto por sobrecostos y costos ocultos que lastran las economía dominicana, a partir de una urdimbre de negocios rentistas o mafiosos, así como de las ineficiencias y corruptelas de un estado permeado y maleado por la política ¨de lo mío¨.
VULNERABILIDAD ENERGETICA
CUARTO: Dentro de los factores que limitan la competitividad de República Dominica merece especial atención la elevada dependencia del combustible fósil importado, en un espacio insular donde el estado vecino satisface el 75% sus necesidades energéticas con consumo de leña y carbón.
Todo eso acontece en un contexto de enorme volatilidad en los mercados hidrocarburiferos, y de una severa crisis de sostenibilidad ambiental insular, pronosticada por la Fundación de Estudios de Sostenibilidad Medio Ambiental (FESS) de los Estados Unidos. En este punto, tampoco podemos dejar de advertir sobre los sensibles efectos que tendrá el cambio climático en los ecosistemas insulares caribeños, como nos lo recordara el pasado Secretario General de las Naciones Unidas Kofi Annan.
Superar esa situación crítica de vulnerabilidad nacional e insular en materia energética constituye formidable desafío que debe tener como respuesta primordial reducir esa alta dependencia en caso de que no pueda obtenerse la independencia, y siempre procurando márgenes mayores de seguridad energética.
Los lineamientos de esta estrategia, en principio son complementarios:
- Despejar la incógnita de si tenemos o no hidrocarburos con una firme y sostenida política de exploración en tierra y mar, como si careciéramos de energías renovables.
- Desarrollar las fuentes renovables de energía, con las que afortunadamente contamos en abundancia, como si hubiéramos descartado tener hidrocarburos.
- Ejecutar un programa de ahorro, eficiencia y seguridad energética, como si careciéramos de las opciones precedentes.Un programa semejante, exige superar la grave dispersión institucional que caracteriza la acción del gobierno, en el sector energético en general, y en el sub sector eléctrico en particular. Pero también exige superar esquemas insostenibles: Uno de los mayores obstáculos al desarrollo de las energías renovables es un tipo de tributación y funcionamiento de los mercados de hidrocarburos vinculados al pago de la creciente deuda externa. Uno de los mayores desincentivos a la agenda de reducción de la dependencia del combustible fósil y de incremento de la seguridad energética, lo constituye la ausencia de prioridades nacionales en la inversión de los ingresos provistos por el generoso esquema de financiamiento de Petrocaribe.
MEJOR GESTION DE ESPACIOS Y RECURSOS
QUINTO: Pero si el desafío que acabamos de describir es arduo, no menos arduo resulta alcanzar un dominio efectivo sobre los espacios y recursos nacionales, y disipar del ánimo público la preocupación justificada de que los mismos están siendo vilmente enajenados o desprotegidos.
Ese objetivo incluye rescatar la frontera terrestre del estado de abandono y decrecimiento poblacional en que se encuentra, a través de una política de seguridad y desarrollo fronterizo, para así preservar una de las grandes empresas de nación, resultado de los afanes de varias generaciones de dominicanos.
Asimismo, es fundamental definir las fronteras marítimas pendientes, y reivindicar, explorar y aprovechar todos los espacios marítimos que nos permita el Derecho Internacional del Mar, dentro de un proceso de incorporación del mar como factor de desarrollo nacional, con todas sus posibilidades en el campo de la alimentación, energía, servicios e investigaciones científicas.
Otro tanto, podemos decir de la urgencia de preservar las cuencas hidrográficas y en general los recursos hídricos del país, que constituyen la mayor riqueza de la República y que están siendo objeto de una gestión insostenible, sobre los que existen signos inquietantes en todo lo largo y ancho de la geografía Nacional.
No menor significación tiene dentro de esta estrategia de mejor gestión de los recursos naturales, la estricta fiscalización, y en algunos casos, la revisión de las concesiones mineras – como por ejemplo el importante proyecto aurífero de la Barrick Gold en la Provincia Sánchez Ramírez – para que realmente contribuyan al desarrollo nacional y de las comunidades en las que operan y adopten los más altos estándares de gestión medioambiental.
LEVANTAR LA IDENTIDAD NACIONAL
SEXTO: Lo más importante de una Nación es su alma. Las batallas más duras son las del espíritu, la cultura, la identidad. El pueblo dominicano que ha estado abierto a todas las influencias, ahora experimenta los efectos que a escala planetaria provoca el predominio de una civilización global, en crisis permanente, con su enorme carga de materialismo, hedonismo y consumismo, que fomenta el individualismo y el relativismo a extremos tales, que han configurado el modelo de vida liquida que definiera genialmente Zygmut Bauman, caracterizado por incertidumbre, fugacidad, inconstancia, desarraigo…
El peso de lo global sobre lo local nacional, es tan grande que en muchas partes del planeta, los pueblos y sus gentes quedan dominados por la sensación de lo inevitable: Poderosas fuerzas impersonales y transnacionales parecen dirigir sus vidas – provocando crisis cada vez más hondas en aéreas tan sensibles como la alimentación y la energía – al tiempo que sigue pregonándose con doble rasero, la devaluación o extinción de los estados nacionales, una identidad difusa y cambiante basada en el alto consumo de las marcas, la desaparición de las restricciones incomodas impuestas por las religiones, el surgimiento de nuevos modelos de vida, familia y comunidad.
Cuando se debatía en la Reforma Constitucional las disposiciones que regirían la vida y la familia, la identidad nacional y la libertad religiosa, pude comprobar agradablemente que contamos con algunas fortalezas para encarar esos intentos de imponernos modelos globales: Tanto la identidad medularmente cristiana de nuestra sociedad, como el acervo histórico y cultural rico en diversidad, constituyen Verdaderos bastiones de la dominicanidad.
CÓMO FORTALECER EL PROYECTO NACIONAL
Estos desafíos externos que acabo de describir tienen el potencial, en forma conjunta o de manera aislada, de afectar gravemente nuestras posibilidades de desarrollo, la integridad territorial y la soberanía de la República, la identidad dominicana.
¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca!, en toda la historia dominicana el Estado dominicano había enfrentado un horizonte tan cerrado y ominoso de incertidumbres y adversidades, justo cuando sus sistemas institucionales manifiestan crecientes debilidades y tensiones para responder con eficacia adecuada a tan complejas exigencias.
La única manera de impedir que estas crecientes presiones externas sobre las acentuadas debilidades internas conduzcan a una etapa azarosa de caídas y retrocesos es fortaleciendo con urgencia el Proyecto Nacional Dominicano.
Debe quedar claro que para realizar esta tarea no tenemos mucho tiempo, pero el costo de no hacerlo con oportunidad y determinación podría ser tan elevada como la existencia misma del Estado. También debe quedar claro que si la realizamos, República Dominicana se convertirá en una de las naciones con mayor fortaleza, prosperidad e identidad en el continente y el mundo.
Pero muchos de ustedes podrán preguntarse cómo se define el Proyecto Nacional. Existe Proyecto Nacional, cuando las clases dirigentes de la Nación tienen capacidad de ponerse de acuerdo. Cuando esos acuerdos tienen por objeto más que sus intereses particulares e inmediatos, los intereses generales de la Nación, de sus grandes mayorías o los intereses estratégicos de largo alcance. Cuando esos acuerdos se cumplen en el tiempo en forma idónea, generando una cultura de confianza en lo pactado; y sobre todo, cuando existe la capacidad de convertir esos acuerdos en políticas públicas capaces de integrar a la gran mayoría de los ciudadanos a los procesos de producción, consumo y ciudadanía efectiva.
El mejor ejemplo que podemos exhibir sobre la debilidad del Proyecto Nacional es el debate escenificado en relación a la asignación del 4% de Producto Interno Bruto (PIB), a la educación pública.
Se trata de un gran acuerdo nacional, concretado en una ley que sin embargo no ha sido respetado por los poderes públicos por más de una decenio, pero que solo empezó a demandarse su cumplimiento cuando fue evidente el daño ocasionado.
Si bien la tarea de concebir o impulsar un Proyecto Nacional corresponde a las clases dirigentes, el mismo no será auténtico sino es capaz de integrar con políticas de equidad y participación, en forma sostenida, a los más humildes ciudadanos, a los millones que hoy se encuentran en estado de exclusión, marginalidad, pobreza, olvido.
En América Latina las naciones que tienen mejores índices de desarrollo son aquellas que tienen un Proyecto Nacional fuerte e integrador -como Chile, Uruguay, Costa Rica- mientras que aquellas otras que carecen de Proyecto Nacional como Haití, se encuentran sumidas en una situación calamitosa de conflictos, caos y desesperanza.
UNIDAD NACIONAL Y RENOVACIÓN POLÍTICA
Los dominicanos nos encontramos ante una encrucijada histórica: o fortalecemos nuestro Proyecto Nacional, siendo consecuente con los enormes sacrificios de las generaciones precedentes, o sucumbimos en forma lastimosa renunciando a todo lo que hemos sido y podemos llegar a ser.
En los presentes momentos precisamos de un ingente esfuerzo de unidad nacional, más allá de los partidos y las ideologías, con una honda raíz patriótica. Aunque los partidos son importantes, incluso imprescindibles en todo orden democrático, con frecuencia suelen convertirse, con sus luchas facciosas y poco respetuosas de la institucionalidad pública, en fuentes de divisiones y conflictos indeseables.
Son las fuerzas de país nacional, es decir, las fuerzas de la producción, del trabajo, del espíritu, del intelecto, de las comunidades, de las familias, las que deben movilizarse y manifestarse con vigor, para recordarles a los partidos que más allá y por encima de sus intereses, se encuentran los intereses superiores de la Nación.
Sin embargo, debemos advertir que la unidad nacional no será fructífera ni duradera de cimentarse en la sola comprensión de las pruebas y amenazas que nos esperan: Es impostergable fundamentarlo en un proceso de renovación profundo y sincero de la vida nacional empezando por la política.
Puedo sostener que después del Presidente Fernández, pocos dirigentes políticos estuvieron más involucrados que yo, en el proceso de Reforma Constitucional, que concluyó con la proclamación de la nueva ley fundamental del 26 de enero del 2010.
Puedo decirles que, por lo que esta visto, los cambios operados son sustanciales en el documento, solo en el documento. Aunque existe más conciencia constitucional en la sociedad, esta Constitución no refleja todavía en un cambio en los valores, actitudes y creencias de los actores políticos e institucionales. Estos, más bien exhiben, en algunos casos, comportamientos propios de una política primitiva, retrógrada, de un paternalismo absurdo.
En realidad, la renovación que estamos planteando tiene un carácter revolucionario, porque apunta a transformar la vida de la nación en el plano más profundo, decisivo, esencial, que es el plano de la conciencia colectiva e individual, el plano de la cultura política. Más allá de las formulaciones de la Constitución y las leyes, donde ya se han operado tantos cambios “progresistas”, que es común oír el irónico reclamo: “Que se apruebe una ley para hacer cumplir las leyes”.
SENTIDO DE LA REVOLUCION DEMOCRATICA
El Presidente Fernández, que tiene el enorme merito de haber propiciado la nueva Constitución de la Republica, del 26 de enero del 2010, con frecuencia nos habla de la revolución democrática, pero nunca ha conceptualizado su visión de la misma.
Voy arriesgarme a formular la mía: Habrá revolución democrática el día en que la política deje de distribuir como favores lo que debe garantizar como derecho. Es decir, cuando la política reparta mejor –con más equidad, transparencia, eficacia, legitimidad- los frutos del crecimiento económico.
Habrá revolución democrática cuando los ciudadanos no tengan por necesidad que procurar algunas dadivas y gracias de políticos que se perciben y se proyectan, como jefes y no como servidores.
Habrá revolución democrática cuando nos acerquemos a realizar aquella célebre formula de la Abate Lacordaire, para explicar la igualdad de oportunidades: “Entre el rico y el pobre, entre el fuerte y el débil la libertad oprime, la ley libera”.
Habrá revolución democrática cuando la política recupere la condición de ser el espacio de gestión de los nuestro y deje de ser la agencia de procuración de “lo mío”.
Habrá revolución democrática cuando la política deje de ser el campo de inversión más rentable y seguro – por la impunidad sobreasegurada con que rodea sus operaciones – y que hace que muchos ciudadanos quieran su parte de “lo mío” vendiendo su voto.
Estoy consciente de las dificultades de realización de estos planteamientos, pero también estoy más consciente de que si no avanzamos en esa dirección perderemos la viabilidad nacional, arruinando nuestra competitividad, la cohesión social y territorial, provocando graves discordias civiles.
SIGNOS DE LA REVOLUCIÓN PRODUCTIVA
También estoy consciente de que para realizar esa revolución democrática es imprescindible y mas que imprescindible apremiante, efectuar una revolución productiva. Una revolución productiva que tiene que procurar como fin último que los dominicanos sientan que pueden realizar sus vidas con dignidad a partir de su propio esfuerzo personal, familiar, empresarial, comunitario.
Habrá revolución productiva cuando liberemos la economía dominicana de las coyundas que imponen políticas macroeconómicas que desestimulan la inversión productiva y las exportaciones.
Habrá revolución productiva cuando el Estado y sus instituciones no impongan restricciones y costos innecesarios a la inversión nacional y extranjera, y en cambio las facilite con mecanismos como la ventanilla única y el silencio administrativo.
Habrá revolución productiva cuando el Estado, que sin duda ha logrado admirable eficiencia recaudatoria y los ingresos tributarios más alto de toda la historia nacional, se aboque a una reforma profunda del gasto público, así como de satisfacer los reclamos de mayor racionalidad y equidad impositiva.
Habrá revolución productiva cuando los fondos públicos, en programas de compra gubernamentales esenciales, no se utilicen en contra de los productores naciones, ni se exponga y perjudique a estos con las licencias de importación injustificadas en materia agropecuaria.
Cuando logremos una revisión de los acuerdos de libre comercio en los que se desconoce la necesidad de preservar nuestra seguridad alimentaria.
Habrá revolución productiva cuando se implante las políticas de zonificación de cultivo y del empleo de tecnología de punta en la producción agropecuaria.
Habrá revolución productiva cuando se priorice la formación de nuestros recursos humanos con la educación que se imparte en las aulas pero también con el ejemplo de los dirigentes, con la aplicación recta de las leyes, con los mensajes positivos en los medios de comunicación.
Los signos de esos cambios en la esfera productiva se percibirán cuando haya más aulas o invernaderos que bancas de apuestas. Cuando la entrega del premio de Ciencia y Tecnología Eugenio de Jesús Marcano, aprobado por ley hace 6 años, genere por los menos una cuarta parte del interés que despierta el Casandra.
Cuando tengamos por lo menos la mitad de científicos, ingenieros, técnicos especializados en las nuevas disciplinas del Siglo XXI, que el enorme número de abogados con que contamos.
Lo reconoceremos también cuando en una política de revalorización del trabajo y el estudio en todas sus manifestaciones, la juventud dominicana sienta que el camino de las carreras técnicas y profesionales tienen igual dignidad y perspectivas de buenos ingresos, que las profesiones convencionales.
Lo apreciaremos cuando hayan más empresarios dispuestos a innovar, tomar riesgos y crear empleos, que amigos de la riqueza fácil y suntuosa, que gente queriéndose hacer rica a cualquier precio.
Habrá revolución productivos cuando les demos a los dominicanos más libertad a través del conocimiento de las tecnologías de la información en un programa de internet para todos y difusión del software libre, de acceso a la propiedad titulada a favor de todos aquellos que tengan mejoras edificadas sobre propiedades públicas, lo que beneficia a mas de medio millón de familias.
Habrá revolución productiva cuando se garanticen una aplicación justa y racional de las normas de nacionalización del trabajo, y en las estructuras salariales e impositivas se reflejen tantos los criterios de necesidades básicas como los de productividad.
REVOLUCIÓN DE LA INCLUSIÓN
Solo una revolución democrática y una revolución productiva pueden hacer viable unos de los mayores retos de todo genuino proyecto nacional: La inclusión de los que se han quedado fuera de muchas maneras.
El criterio dominante de ese esfuerzo de inclusión es el del Estado Social y Democrático de Derecho, que fue consignado en la Constitución de la República como concepto general, pero que ahora espera que los poderes públicos en su interacción con las fuerzas vitales de la sociedad nacional, le den sentido, lo llenen de contenido más allá de los esquemas asistencialistas, y del propio sistema de seguridad social.
En efecto, la función social de la propiedad, los mandatos a incorporar a los campesinos a una nueva ruralidad, el fortalecimiento de los vínculos con la diáspora, la opción de participación de los trabajadores y grupos solidarios en empresas públicas estratégicas junto a los grandes grupos empresariales, la incorporación de las comunidades fronterizas a una dinámica de integración espacial vinculada al desarrollo de la Nación, las exigencias de mayor responsabilidad social corporativa, la mejor distribución del gasto público entre regiones, con esquema graduales de descentralización, son lineamientos constitucionales muy concretos y factibles para hacer posible la revolución de la inclusión.
Las clases dirigentes deben asumir como divisa fundamental que la calidad de las instituciones de una nación se mide por los esfuerzos que las mismas realizan a favor de los más necesitados, de los más indefensos, de los más distantes.
Solo ese compromiso social puede hacer verdaderamente fuerte y segura una Nación. Cuando todos los ciudadanos se sienten protegidos y promovidos por el Estado del que son parte, se generan fuertes vínculos de lealtad e identidad, indispensables para asegurar su supervivencia en situaciones difíciles.
PATRIOTISMO Y DOMINICANIDAD
En el discurso que pronuncié con motivo de la inauguración de la Escuela Presidente Cáceres en el año 2008, le expresé al Presidente Leonel Fernández, que toda auténtica revolución democrática debía conducir a una reafirmación de los valores y principios de autodeterminación y soberanía nacional, al tiempo que proclamaba la necesidad de una revolución del patriotismo y la dominicanidad.
Esa revolución del patriotismo y la dominicanidad se debe manifestarse en una constante búsqueda de establecer relaciones dignas y respetuosas del interés nacional, tanto con otros estados y organismos internacionales, como con grandes intereses corporativos.
Esa revolución del patriotismo y la dominicanidad debe traducirse en una política exterior abierta y firme con buenas alianzas, regionales e internacionales, algo que en cierta forma ha venido alcanzándose.
Esa revolución del patriotismo y la dominicanidad debe inspirarse en la conciencia de que si no nos comportamos como Estado, respetándonos y exigiendo respeto nos tratarán peor que una colonia.
Siempre he creído que el liderazgo verdadero es que el que inspira a una Nación a dar lo mejor de sí, a desencadenar las mayores energías creadoras, a manifestar los talentos más diversos, a superar las contradicciones subalternas haciendo ver los asuntos que unifican, a templar el carácter y el ánimo ante la adversidad, a siempre confiar en las propias capacidades con gran respeto por el sacrificio de las generaciones pasadas y un vivo sentido de compromiso con las generaciones por venir.
En fin, para fortalecer un Proyecto Nacional las clases dirigentes deben tener confianza en el pueblo que le toca dirigir, respetarlo a pesar de sus debilidades y defectos, amarlo por encima de sus intereses, asumirlo con la conciencia de misión trascendental, sin olvidar que aun en los momentos de mayores vicisitudes siempre contaremos con la inspiración de los grandes próceres de la República y con la protección de nuestro mayor y mejor aliado: El Dios Todopoderoso que no pierde batallas.
http://www.fuerzanacionalprogresista.org/proyecto-nacional/