Por
Hecmilio Galván
No es un secreto para nadie que la agricultura y la pecuaria no han estado, por lo menos desde finales del siglo pasado e inicio de éste, en el centro del Modelo de desarrollo de la República Dominicana. Lo cierto es, que el sector agropecuario, se ve desde la pavimentada ciudad capital con sus torres y sus avenidas, como una reminiscencia de otro tiempo, como un pasado lúgubre que la sociedad debe superar y como la representación del atraso frente a un supuesto desarrollo que nos ha puesto, como diría Galeano ,”patas arriba”.
Lo real es que la modernidad mal vista, entendida como sinónimo de la urbanidad, ha provocado un abandono total del campo, de lo campesino, de la tierra, de las raíces y, peor aún, de la producción. Los que obtusamente se han resistido a dejar de producir la tierra, lo hacen por terquedad, por pasión, o porque no tienen otra forma de ganarse la vida.
Una actividad que por su naturaleza es rudimentaria, lejana de los centros urbanos, difícil y sobretodo riesgosa, como la agricultura, se ha convertido en la cenicienta de la economía dominicana, cuando debería ser, por razones económicas, políticas, de seguridad, sociales y culturales, parte central de la política pública y del modelo de sociedad que debemos construir.
Lo cierto es que las últimas décadas, de supuesta modernización de la economía dominicana orientada a los servicios y la importación, han provocado el mayor éxodo de recursos y personas de la historia desde las zonas rurales hasta las zonas urbanas.
Si bien los recursos (particularmente los bancarios y los públicos) se han orientado hacia otras actividades productivas más privilegiadas, con las poblaciones no ha sido tan fácil la absorción. Ha provocado fundamentalmente la desfiguración de las ciudades para convertirlas en monstros insustentables.
Los cinturones de miseria alrededor de las ciudades se han transformado en las ciudades mismas; A la par de que las zonas rurales quedan despobladas y desaparecen y se van con ella la cultura, las tradiciones y la cohesión social.
El paso de un país eminentemente rural en 1963, hacia un país eminentemente "urbano" en 2011, ha generado un verdadero y evidente proceso de desintegración social del país, pérdida e inversión de los valores, aumento de la violencia, la inseguridad, de la pobreza y la inequidad, de la deuda social acumulada, y agregaría yo, de la salud mental y física de la población dominicana, con resultados reales y concretos, contrastables en cada barrio, en cada esquina y en cada casa.
El paso de lo rural a lo urbano, no fue un hecho fortuito. La migración de recursos y personas ha sido provocada deliberadamente por políticas públicas que penalizaron la agropecuaria y lo rural, en beneficio de la ciudad. Favorecieron tanto la ciudad, hasta que la destruyeron para hacer engendros sociales grandes, sucios, desintegrados, peligrosos, improductivos, pobres y violentos.
El abandono del campo, de la producción rural, del productor, de los servicios públicos, fue masivo, progresivo, sistémico y sistemático.
El Estado fue orientado hacia beneficiar a los sectores "urbanos", abandonando y hasta penalizando a los sectores rurales, quienes fueron concebidos como los sectores atrasados de la sociedad y cuyo papel era únicamente proveer alimentos a bajo costo para la creciente población urbana. Después llegaron las importaciones con el Libre Comercio, y este último papel alimentario, desapareció de la faz de la tierra para garantizar los privilegios ingentes de una pequeña pero voraz lumpenburguesía importadora, entreguista y corrupta.
Con el abandono del Estado al campo, de la política de extensión, de la política de precios, de la política de crédito, de los servicios públicos, se fue también la banca privada, la universidad, las empresas y hasta la gente. (INTEC por ejemplo, eliminó del Pénsum de Economía la material de “Economía Agrícola” en 2005)
La producción y la vida en el campo se hicieron insustentables, una tarea contra la corriente.
Con elevados riesgos, sin acceso al crédito, sin políticas de apoyo, con bajos márgenes de ganancia, sin protección social, con mano de obra poco tecnificada y escasa, con poca asistencia técnica, el productor rural, el que ha podido sobrevivir después de tanto abandono, puede ser considerado un héroe.
Y es que no hay rubro en la agropecuaria que pueda considerarse libre del pecado capital de ser abandonado por una sociedad que cambió abruptamente la mirada, sin descubrir que así se estaba suicidando.
Pero el abandono sistemático del campo, de la producción y de los productores, no es otra cosa que la configuración de un Modelo económico orientado hacia otras prioridades y como producto de la configuración del Poder actual. Las decisiones de política, son el resultado de la correlación de fuerzas vigente, siendo el Estado un instrumento efectivo de la clase que lo domina.
Es por eso que sostengo, que para revertir la situación de marginalidad, desenfoque y orientación, producto del modelo económico vigente, se hace necesario avanzar en la unificación monolítica de todos los sectores de la agricultura, para modificar así la correlación de fuerzas y promover un cambio del modelo económico y social que priorice a la producción nacional.
Sólo una visión de conjunto puede provocar el giro necesario para generar la revalorización de lo rural en la República Dominicana que permita salvar el campo.
Los productores nacionales, los que quedan aún y que todavía pueden considerarse un buen número, deben entender, sin importar el rubro que produzcan, que el abandono a que han sido sometidos durante los últimas décadas, es una decisión sistémica que trasciende e incluye a todos los partidos, o sea, que es una decisión de política pública que ha configurado un modelo económico donde la agropecuaria no está incluida.
Por tanto, ahora mismo no se trata de salvar el Café, porque “sin café en las alturas no hay agua en las llanuras”. Tampoco se trata de salvar el arroz, ni la leche, ni la carne de cerdo o de pollo de la apertura comercial del DR-CAFTA o el EPA. De lo que se trata es de "salvarnos juntos", como decía Paulo Freire.
No puede haber una respuesta individual para un problema colectivo. Debe quedar claro que no se trata del problema del arroz, el problema de la leche o el problema de las habichuelas.
No se trata únicamente de parar las importaciones que afectan a los sectores defensivos o de darle seguridad y crédito a los productos ofensivos. Se trata más bien de lograr una revalorización de la ruralidad, para que no sea vista como lo atrasado, lo negativo, lo anticuado o lo que debe desaparecer.
Se trata del problema del Modelo. De que decidamos qué Modelo de sociedad queremos y las políticas públicas que vamos a propulsar para conseguirlo.
Para mí está claro, u optaremos por un Modelo económico basado en la producción nacional, el empleo de calidad y el desarrollo rural que nos conduzca al desarrollo y garantice un dominio estratégico del territorio y el desarrollo rural, u optaremos por un Modelo, como el vigente, basado en las importaciones, la pobreza y el abandono del campo y que nos mantenga en el subdesarrollo y la desintegración social.
Por eso, es que se hace tan precisa la Unidad de todos los sectores de la agricultura y la pecuaria, independientemente del tamaño, del rubro, de la ubicación geográfica, del partido de su preferencia o del gremio en que se han reunido por todos estos tiempos.
Cambiar el modelo económico vigente no es una tarea particular u ocasional, si no la acción consensuada de múltiples agendas, intereses y pareceres; y el producto de la articulación y la unidad de acción.
Para cambiar el modelo económico se necesita una dosis de Poder que sólo se logra con la unificación monolítica del campo. Y esa es la única forma de "Salvarnos".