jueves, 2 de junio de 2011

Los sicarios y la sociedad dominicana



Matar a un ser humano con premeditación y alevosía, no es solo un delito detestable, es además una aberración denigrante de la condición humana en cualquier persona capaz de incorporar a su mente, la anormalidad de finiquitar la vida de un semejante. La excepción para una violencia lectal, solo es concebida ante una amenaza inminente e inevitable de nuestra propia existencia; pues ahí se incorpora el axioma propio de la misma vida: La obligación de todo lo que existe es seguir existiendo.

En la última década la incidencia de los asesinatos por encargo, ha copado la atención de los medios de comunicación en nuestro país. Es común que las investigaciones policiales, apunten hacia los ajustes de cuentas por negocios non santos o crímenes por conflictos de intereses, donde los involucrados recurren al asesino desconocido para deshacerse del socio o del competidor no deseado.

El sicario, ya lo habíamos dicho, ha existido desde tiempos inmemoriales en todas las sociedades con diferentes modalidades. Es un oscuro personaje, desprendido de las faldas sociales que en su caída libre engrosa al ejército de los excluidos, y su falta de escrúpulos le facilita el más abyecto de los oficios, asesinar por paga o por favores individuales dados por otro tipo de criminal con poder político, social o delincuencial.

El poder en cualquiera de sus modalidades, cuando aposenta mentalidades torcidas, termina recurriendo a métodos barbáricos para mantenerse o para defender sus intereses. Nuestra historia reciente está llena de ilustraciones; con frecuencia, escuchábamos decir “los sicarios del régimen”, cuando se hacía referencia a los asesinos que usó la dictadura de Trujillo, cuando la Era construía pavimentos con las osamentas de sus enemigos políticos. Durante el primer balaguerato, sin duda alguna hubieron crímenes de estado; la ejecución de Amín Abel Hasbún, no pudo ser posible sin una orden superior de alguien próximo al Jefe de Estado; y el asesinato de Orlando Martínez, del cual el Dr. Balaguer se desligó tantas veces, al final hemos visto como el Estado aportó desde soplones hasta generales para ejecutarlo y mantenerlo sin investigación y sin castigo.

Joaquín Balaguer podría seguir toreando en el tiempo su responsabilidad sobre muchos de estos hechos, atribuyéndolos como en su acontecer a fuerzas incontrolables, y sería injusto no dejar una brecha a su favor; sabemos que gobernó un país acabado de salir de una contienda civil, saturado de pasiones políticas. La guerra nunca resolvió los conflictos que nos condujeron a ella, y Balaguer vino a llenar un vacío de poder que otras fuerzas políticas y sociales fueron impedidas de llenar en su momento; y en su beneficio también nos podríamos preguntar: ¿Quién movió los sicarios que mataron al periodista Gregorio García Castro?, amigo personal del Ex presidente; el hombre que nunca lo abandonó en su exilio de Nueva York; el que le armó el proyecto de las fuerzas sociales que integrarían el Partido Reformista que lo regresaría al poder. En su obra “Memorias de un cortesano en la Era de Trujillo”, el doctor Balaguer confiesa que habiendo concentrado todo el poder del país, no había podido averiguar quien mandó a asesinar a su muy estimado amigo.

A todos los que pensamos, que con la salida del Dr. Balaguer del poder en 1978, los crímenes salidos del entorno palaciego eran cosas del pasado, se nos apagó la sonrisa cuando un poco más tarde le arrancaron la vida al banquero Héctor Méndez y a su chofer, así como a los hermanos Patricio y Estanislao de la Cruz Gálvez, en una acción de aparente baja delincuencia, que el correr de los días se encargaría de desenmascarar. ¡Cuan! doloroso es recordar a un Presidente mancillando la figura presidencial, haciendo una declaración de una falsa charada delincuencial a raíz de la muerte de Héctor Méndez y su chofer Napoleón Reyes.

Con la estabilidad política del país, los sicarios perdieron un importante campo de empleo; pero con el crecimiento económico y con el auge del crimen organizado han encontrado un alto caldo de cultivo; hoy en República Dominicana, dos asesinos motorizados son usados para resolver los problemas de un capo con la categoría de Figueroa Agosto, o para desenlazar una disputa por una herencia familiar. En un ascendente no digno, ni envidiable, esta modalidad de crimen necesita del estudio consiente y detenido del poder legítimamente constituido.

El pueblo clama su derecho a no seguir existiendo, entre la megalomanía del crimen organizado, y los sinsabores del crimen social que acogotan a toda la sociedad.

http://www.elnuevodiario.com.do/app/article.aspx?id=243819

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