El doctor Marino Vinicio Castillo Rodríguez
(Vincho), a quien las sirenas del elogio no le alteran su
comportamiento, ha venido ponderando la necesidad de mantener a toda
prueba la unidad de la familia peledeísta. Abrumar, con detalles, para
confirmar el aserto, es innecesario. La mala experiencia vivida en el
periodo 2000-2004, tan bien advertida por el propio doctor Castillo
cuando entendía que era una obligación las buenas relaciones y la unidad
del Frente Patriótico, se frustró la posibilidad de alternancia con el
PLD o el PRSC y vino la alternabilidad con la fratría perredeísta de la
cual no es necesario referirnos en esta opinión. Sí es consciente el
doctor Castillo de que cualquier desvío de la unidad, la caverna, que no
pierde la oportunidad de perder la oportunidad, aprovecharía tal
debilidad para tratar de asaltar el poder.
El presidente Medina y el ex presidente Fernández son los talismanes del PLD. Son ellos quienes deben emplear su prudencia y sabiduría para evitar que se repita el error. Esta suerte de condena debe de servir para siempre, pues se reconoce que se necesitan los pactos, y la verdad que no hay razones para no hacerlos.
El doctor Leonel Fernández estudia y analiza con amplitud y rigor lo sucedido en Grenada con los liderazgos de Maurice Bishop y Bernard Coard, que anarquizó el proceso político llevado a cabo en esa isla caribeña. Si esta experiencia tan bien asimilada no sirve como marco de referencia para todo acto político futuro, entonces parecería, por tanto, que estarían premiando el fracaso. Pero más: en el patio nuestro el caso de Horacio Vásquez y su primo, el presidente Cáceres, éste último atrajo mucho prestigio por haber consolidado el orden e iniciara el progreso del país, y quien se entendía consolidaba la siempre pretendida autoridad nacional. Pero su mejor expresión política fue su decisión de crear una milicia no sólo con la marcialidad necesaria, sino con la honestidad y efectividad para el Gobierno ejercer total control del país. Además de sus condiciones excepcionales, el propio “Mon” tampoco tuvo ?ni quiso? poderes y prebendas. No hay dudas que esto molestó a muchos desesperados y entumecidos seguidores del horacismo, conduciendo, quizás, al magnicidio, y retornando con ello el caos a la República. ¿Quién mejor que el doctor Marino Vinicio Castillo ha explicado estos acontecimientos con verdadera pedagogía, como advertencia de la importancia de la conciliación intrapartidaria? Estos defectos que hurgan en la clase política dominicana se han repetido varias veces: Estrella Ureña y Rafael Trujillo; Balaguer y don Augusto Lora, y con peor desenlace Jorge Blanco y don Antonio Guzmán, que terminó suicidándose. ¡Hoy somos todos hermanos!, parecería una expresión más eclesiástica que política, y que se preconiza y levanta como bandera en las reuniones cupulares del PLD, pero pienso que hay ocasiones en las que hay que refugiarse en la Historia para justificar decisiones trascendentales en cualquier orden. Si partimos de las referencias citadas, bastante elocuentes, no hay que irse a la protohistoria del pensamiento político para hallar precedentes similares.
La lucha política en la República Dominicana, de frágiles comportamientos históricos, se remonda al inicio mismo de la República. Se trata de esas contradicciones entre febrerista o entre restauradores; o el espadón y la razón, respectivamente. Una etapa en que la Nación era poco más que una ficción, con un puñado de hombres y mujeres capaces de imponerle la razón a la fuerza, pero que al final terminaron víctimas de persecuciones y atropellos de los abanderados del poder absoluto.
El presidente Medina y el ex presidente Fernández son los talismanes del PLD. Son ellos quienes deben emplear su prudencia y sabiduría para evitar que se repita el error. Esta suerte de condena debe de servir para siempre, pues se reconoce que se necesitan los pactos, y la verdad que no hay razones para no hacerlos.
El doctor Leonel Fernández estudia y analiza con amplitud y rigor lo sucedido en Grenada con los liderazgos de Maurice Bishop y Bernard Coard, que anarquizó el proceso político llevado a cabo en esa isla caribeña. Si esta experiencia tan bien asimilada no sirve como marco de referencia para todo acto político futuro, entonces parecería, por tanto, que estarían premiando el fracaso. Pero más: en el patio nuestro el caso de Horacio Vásquez y su primo, el presidente Cáceres, éste último atrajo mucho prestigio por haber consolidado el orden e iniciara el progreso del país, y quien se entendía consolidaba la siempre pretendida autoridad nacional. Pero su mejor expresión política fue su decisión de crear una milicia no sólo con la marcialidad necesaria, sino con la honestidad y efectividad para el Gobierno ejercer total control del país. Además de sus condiciones excepcionales, el propio “Mon” tampoco tuvo ?ni quiso? poderes y prebendas. No hay dudas que esto molestó a muchos desesperados y entumecidos seguidores del horacismo, conduciendo, quizás, al magnicidio, y retornando con ello el caos a la República. ¿Quién mejor que el doctor Marino Vinicio Castillo ha explicado estos acontecimientos con verdadera pedagogía, como advertencia de la importancia de la conciliación intrapartidaria? Estos defectos que hurgan en la clase política dominicana se han repetido varias veces: Estrella Ureña y Rafael Trujillo; Balaguer y don Augusto Lora, y con peor desenlace Jorge Blanco y don Antonio Guzmán, que terminó suicidándose. ¡Hoy somos todos hermanos!, parecería una expresión más eclesiástica que política, y que se preconiza y levanta como bandera en las reuniones cupulares del PLD, pero pienso que hay ocasiones en las que hay que refugiarse en la Historia para justificar decisiones trascendentales en cualquier orden. Si partimos de las referencias citadas, bastante elocuentes, no hay que irse a la protohistoria del pensamiento político para hallar precedentes similares.
La lucha política en la República Dominicana, de frágiles comportamientos históricos, se remonda al inicio mismo de la República. Se trata de esas contradicciones entre febrerista o entre restauradores; o el espadón y la razón, respectivamente. Una etapa en que la Nación era poco más que una ficción, con un puñado de hombres y mujeres capaces de imponerle la razón a la fuerza, pero que al final terminaron víctimas de persecuciones y atropellos de los abanderados del poder absoluto.
http://www.listindiario.com.do/puntos-de-vista/2014/3/1/312693/Calibrando-peligros
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