La sociedad dominicana ha caído en un estado de degradación tan grande que da pena. No hay respeto para nada ni para nadie. No se critica, se fusila. Creemos en el derecho a la crítica, como manifestación suprema del raciocinio y del sagrado ejercicio del derecho constitucional a la libertad de expresión. Más cuando se ejerce contra hombres y mujeres que cumplen funciones públicas. El ejercicio de ese derecho no debe sancionarse. Salvo cuando se realiza con abuso del derecho, sin error alguno, y para dañar honras, o sea, para levantar un paredón donde se asesina la buena fama ajena.
En el estado de descomposición social en que vivimos, la delincuencia callejera, la de cuello blanco y la intelectual se igualan de la peor manera. No tienen límites. La vida de cualquier ciudadano vale tanto como un celular para un desaprensivo drogadicto; el funcionario público desvergonzado usa su cargo para enriquecerse espuriamente, sin importarle el daño que causa a la colectividad, y algunos cerebros periodísticos buscan popularidad a costa del prestigio de otros. Rinden culto al sensacionalismo y lo hacen con un método preciso de aniquilación de vidas públicas. Así no podemos seguir.
Cuando esas deleznables acciones se producen, siempre pienso en el dramaturgo y poeta Bertolt Brecht y su poema sobre la solidaridad. Algunos se lo atribuyen a Martin Niemoeller. Escribió: “Cuando los nazis vinieron a por los comunistas,/ guardé silencio,/ porque yo no era comunista./ Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,/ guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata./ Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,/ no protesté,/ porque yo no era sindicalista./ Cuando vinieron a buscar a los judíos,/ no protesté,/ porque yo no era judío./ Cuando vinieron a buscarme,/ no había nadie más que pudiera protestar.”
Por eso protesto ahora por el fusilamiento moral que se pretende hacer contra los doctores Marino Vinicio (Vincho) Castillo y Euclides Gutiérrez Félix, dos columnas morales y éticas de nuestra sociedad. Ambos coinciden en no contemporizar con las inconductas y en llamar pan al pan y al vino, vino. Son combativos, combatidos y combatientes. Van de frente y dan la cara. En su conducta pública asumen responsabilidad, sin eufemismos y sin querer convertirse en monedita de oro, la que le gusta a todo el mundo. Los francotiradores los tienen en la mirilla y les disparan con rabia.
El servicio que Vincho le ha brindado a este país es inmenso. Es la voz más alta en el combate contra el narcotráfico y el crimen organizado. En esa lucha tiene comprometida su seguridad personal y la de su familia. Su arrojo y valentía a favor del bien común son invaluables.
Nadie ignora que la autoridad social, moral y política que tiene Euclides, producto de una larga y limpia trayectoria de vida pública, molesta a muchos. Y quieren destruirlo.
Pero Vincho y Euclides son columnas sólidas no rendidas al tiempo, ni a la infamia.
http://elnacional.com.do/opiniones/2013/7/13/165868/QUINTAESENCIA
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