martes, 27 de julio de 2010

Escritura, lectura y memoria

David Alvarez Martín
Filósofo y Maestro. Decano de la Facultad de Ciencias y Humanidades de la PUCMM.
davidalvarez144@yahoo.com

Defender la importancia de leer y escribir cotidianamente es hoy más difícil que hace 30 años. El desarrollo de la imagen como vehículo privilegiado de comunicación para las nuevas generaciones amenaza seriamente la formación intelectual y la capacidad analítica de los jóvenes universitarios de hoy. Cada nueva generación que recibo en mis clases de humanidades y ciencias sociales manifiesta mayores dificultades para leer con hondura y buen ritmo los textos que les presento y el redactar un breve análisis de dos o tres cuartillas les resulta una tarea compleja. Sumémosle a eso que la cátedra magistral ha sido profundamente vilipendiada, comenzando por los pedagogos, y convertido en muchos casos al docente a un lector de presentaciones Power Point o proyector de videos.

Aclaro, antes de que inicien mi lapidación los colegas, que considero muy buenos recursos para el aula los mencionados, pero su abuso está convirtiendo la enseñanza universitaria en un espectáculo que satisfaga las necesidades lúdicas de los alumnos, demandando poco de su capacidad de razonar y expresar lo aprendido sistemáticamente. Lejos de confrontarlos con el libro de estudio –no el texto del curso- y demandar su expresión por escrito, estamos estimulando una vagancia nociva hacia el leer y el escribir. La respuesta de muchos estudiantes, fruto de la deformación de la educación media, es plagiar textos del Internet y encuadernar media resma de papel impreso como muestra de su “trabajo intelectual”. Y como muchos de los docentes no leen lo que sus alumnos escriben, si no que califican como si compraran salami en el colmado, estos jóvenes avanzan por el sistema hasta que se topan con un profesor que sí lee los reportes y les demanda creatividad.

La escritura como instrumento de comunicación en nuestra tradición occidental tiene su fecha de nacimiento alrededor del siglo V antes de nuestra era en Grecia. Incluso el primer filósofo del que tenemos una colección de textos, Platón, en su obra Fedro mantiene con energía la defensa de la oralidad como herramienta al servicio del pensamiento y desvaloriza la escritura. Curioso, ¡un texto escrito en contra de la escritura! Pero el gran salto de la escritura –siempre dentro de nuestra tradición occidental- ocurre dos mil años después con la invención de la imprenta de tipo móviles. Es a partir del artilugio de Gutenberg en el siglo XV de nuestra era que surge el libro tal como lo conocemos y comienza la expansión del oficio de leer, primero entre las clases sociales dominantes y hacia el siglo XIX, con el inicio de la masificación de la educación infantil, hacia los sectores medios y pobres. Fruto de esa tradición llevamos décadas convencidos, en todo el mundo, que el analfabetismo es una lacra socio-económica para cualquier pueblo y una deficiencia intolerable en cualquier ser humano.

En el siglo XX asistimos al incremento vertiginoso de la elaboración y divulgación de los libros y revistas como vehículo fundamental para el conocimiento y su deseable secuela de formación de hombres y mujeres instruidos, civilizados. Pero es en el siglo XX donde la imagen comenzó a ganar fuerza y competir con la lectura. El cinematógrafo, la televisión, el video y el Internet han elevado la imagen a ídolo cultural de primer orden. Junto a ese fenómeno, asociado al Internet, se ha desplazado el conocimiento por la información, es una suerte de borrachera mundial que libidinosamente busca “saber” todo lo que pasa, pero evitando el esfuerzo de analizar y profundizar en los procesos que generan las “noticias”. Incluso el intelectual forjado en la lectura de los clásicos y las obras más complejas de su disciplina ha sido desplazado por el “intelectual” que consume best-sellers y a menudo en forma de recensiones.

Volver a la lectura y la escritura, sin rechazar las nuevas tecnologías de la información y la imagen, es un reto para los educadores y para el desarrollo de una auténtica inteligencia social. La lectura de textos de valor (sea en pasta dura, blanda o e-book) ayuda a serenar el espíritu, clarifica la mente y sosiega la tensión de nuestra cotidianidad. Parte de la bulla de nuestra vida social y su díscolo rumbo se debe a que pocos están leyendo, valga decir, pocos están pensando. La imagen mal digerida conduce a la apariencia y el “allante”, camino expedito para la miseria y el autoritarismo. ¡Pongámonos a leer…que es la puerta de ponernos a pensar!

http://www.clavedigital.com/App_Pages/opinion/Firmas.aspx?Id_Articulo=18232

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