jueves, 5 de agosto de 2010

Gobernar para el desarrollo

Ignacio Nova
ignnova1@yahoo.com

La situación económica global, sus riesgos y oportunidades, podrían ser analizados por el liderazgo político-económico nacional para crear una beneficiosa alianza entre importadores y exportadores.

Está claro que las importaciones desmedidas son un obstáculo para el desarrollo industrial y productivo de cualquier país. Consumen divisas e incrementan el desequilibrio ya estructural de la balanza de pagos. Un país que no produce no puede jactarse, en lo mínimo, de desarrollado, ni siquiera de ser transeúnte hacia el progreso.

La República Popular China y otras economías asiáticas constituyen una gráfica al respecto: sobre la base de un fuerte impulso a la producción interna con metas exportadoras han levantado ciudades en tiempo récord; sus industrias compiten con las más grandes y prestigiosas del mundo. Atrajeron capitales como moscas.

En América Latina, a partir de 1910, Brasil, Argentina y México desarrollaron una economía sustitutiva de importaciones que los jalonó hacia el liderazgo regional. En esa fenomenología económica desempeñaron rol singular las guerras mundiales de 1914-17 y 1939-45. Durante ellas, Europa fue incapaz de producir los bienes que demandaba, como es sabido por todos. El resultado fue un impresionante crecimiento de las exportaciones de los referidos países y el flujo de abundantes divisas al torrente económico regional. Estas propiciaron el surgimiento de una burguesía y pequeña burguesía prósperas y el surgimiento de ciudades tan espectaculares como Brasilia (1956-60), cuyo entramado urbano lo diseñó Lucio Costa y sus principales edificios, Oscar Niemeyer. Para los economistas es la consagración urbana de ese período de bonanza.

Se aborda el tema porque algunos economistas y políticos insulares contraponen los sectores importador y exportador; los piensan como excluyentes y así lo asumen en sus estrategias de política económica.

En 1984 vivimos momentos dramáticos derivados de ello. Entonces se creyó que se trataba de gladiadores rivales e irreconciliables. Sin embargo, los empresarios inteligentes optaron por no tendenciarse. Hoy son más exitosos los proclives a un modelo que armoniza las brechas de negocios y desarrollo que las dos opciones que ofrecen.

Políticamente, parecería que importadores y exportadores tuvieran banderías grupales, jóvenes y airadas, que impiden abordar el tema sobre bases realistas, valorando las potencialidades para el desarrollo real y la prosperidad que los “modelos” posibilitan.

Algunos importadores creen que su competitividad descansa sobre el proteccionismo monetarista. Para algunos exportadores, su éxito en el mercado es directamente proporcional a un proteccionismo inverso.

Unos exigen “estabilidad macroeconómica”, entendida simplonamente como acceso a óy disponibilidad deó divisas baratas.

Los exportadores, en cambio, desean divisas caras porque al canjearlas obtendrían más pesos.

En teoría, las divisas baratas reducen el precio final de los bienes importados, pero también frenan la generación de empleos y salarios suficientes para demandar bienes y servicios.

En teoría, las divisas caras capitalizan al productor local. Pero como sus costos (materia prima, insumos y maquinarias) contienen un alto componente importado, la rentabilidad aparentemente obtenida gracias al proteccionismo monetarista se logra congelando el salario.

Como vemos, importar genera desempleo; exportar, salarios bajos. Eso lo han entendido los chinos a la perfección. Así vistos y desvinculados de una fuerte política social, ambos parecen estimular la pobreza. No son las empresas las llamadas a enfrentar este mal sino el Estado. Lo que sí parece resaltar es que el desarrollo es impensable sin la coexistencia armónica de esos dos “modelos” económicos. Una política económica sana, enfocada en el desarrollo con prosperidad social sostenible, no obvia el manejo responsable de estos “titanes” antípoda. Ni que toda importación desvinculada de las necesidades productivas es consumo, gasto. Aunque en las economías como la nuestra, sea un gasto más que necesario: suple necesidades insatisfechas, incluyendo las sensibles y estratégicas como la salud y la energía. He aquí el gran servicio de las importaciones, su potencialidad para aportar al desarrollo.

Las exportaciones, por su parte, deben constituir los pilares del ingreso nacional de divisas. El gran ideal económico. En su praxis, somos hombres y mujeres productivos, constructores de soluciones y satisfacciones, demiurgos de la riqueza social, de la prosperidad colectiva. La producción caracteriza a las sociedades, es factor de identidad. También ejemplifica y pone a prueba y en competencia los talentos y capacidades; aporta profundas y significativas satisfacciones individuales y colectivas; su propagación amplía el marco de las oportunidades y, finalmente, robustece el paradigma de la dignidad humana, responsabilidad social y democracia. Desata las fuerzas más positivas de los colectivos y las concretiza en bienes. Base de toda acción exportadora, define el estadio del desarrollo social. De manera que no puede haber progreso, desarrollo ni identidad sin producción interna suficiente, competitiva en precios y calidad. La exportación es la llamada a suplir las divisas demandadas por el comercio importador. Esta es la base de su necesaria alianza, de una visión estratégica que alivie al Estado de los progresivos déficit en la balanza de pago. Destinada a diferentes mercados, la producción local teje otras posibilidades de alianzas con el comercio al usar sus canales de distribución.

El escaso nivel de exportación denuncia, al igual que las importaciones desmedidas, una productividad local limitada; y el estado de equilibrio-desequilibrio de estas variables, la realidad de éxito-fracaso de las gestiones económicas de gobierno. También, el grado de parcialidad o imparcialidad de la política económica estatal, y su grado de compromiso frente a la prolongación del status quo subdesarrollado o frente al auspicio de un desarrollo basado en realidades productivas, en creaciones de riqueza, no sobre hechos monetarios.

El reto del liderazgo político y empresarial nacional es abandonar esta falaz bandería y degustar, juntos en la mesa del diálogo, un buen arenquito con mangú, o con un buen plátano... Y diseñar un modelo económico que armonice estos dos sectores en torno al desarrollo nacional, sus retos y potencialidades; ecléctico, diverso, amplio.

http://www.listin.com.do/puntos-de-vista/2010/8/5/153487/Gobernar-para-el-desarrollo

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