viernes, 19 de noviembre de 2010

Contrarréplica a Silvio Herasme Peña

La respuesta (II)


Marino Vinicio Castillo R.

La contrarréplica, en toda polémica, resulta odiosa porque da la impresión de que ha sido la terquedad de quien la ejerce la que ha motivado el desaguisado de la disputa, que no de la enemistad.

Se necesita, pues, cierta precisión en cuanto a saber quien dio pie a la desagradable ocurrencia. Hoy, La Repuesta, haciendo honor a su nombre, se limita a apuntar que esto no ha sido su obra. Que fue un artículo del domingo siete pasado, aparecido en este diario, viñeta incluida, el que provocó la natural reacción de réplica de La Respuesta. Es decir, al aparecer una nueva publicación bajo el título “Réplica a Vincho Castillo”, se trata en puridad de una contrarréplica un tanto enconosa. Lo mío de hoy, vendría a ser la contra de la contrarréplica.

En fin, aclarado esto, el buen amigo embajador Silvio Herasme Peña insiste. Tendrá sus razones. En esta oportunidad no sólo para de ser regañoso e injusto. Ahora es inexacto, además, al transcribir párrafos de La Respuesta de defensa que yo esgrimiera.

Se queja de que le llamé “brujo”, de que le metí en el enjambre de la comunicación social que enajena a la percepción pública y que pretendo poner en tela de juicio su dignidad de disidente del gobierno para el cual sirviera embajadas en Uruguay y Haití, además de Colombia.

Todo bajo un conmovedor alarde de su hoja de vida.

Sostuve, en realidad, que para saber el sentido de mis palabras y de mis gestos no hay que “brujear”. Sólo quise indicar que si semiótica significa “Parte de la medicina que trata de los signos de las enfermedades desde el punto de vista del diagnóstico y del pronóstico”, no hay por qué atribuirme esa condición en cuanto a los problemas de la corrupción administrativa, en cuyo combate he estado desde hace largo tiempo en primera fila.

Vale decir, no es apropiado apelar a ningún esfuerzo adivinatorio para hablar del “Vincho Semiótico”. Vincho ha estado al sol desde siempre, por lo que las habichuelas de San Juan, las papas y el ajo de Constanza, las licencias de importación de alimentos, las licitaciones maliciosas de presas, las falsas concesiones de autovías importantes, todos ellos han sido temas tratados, a veces en forma flamígera.

Por otra parte, mi distinguido amigo el embajador Herasme Peña, habla de su derecho a la disidencia.

Es cosa que yo respeto, pero, sí me permití creer que la más valiosa es la que se hace simultáneamente. Al momento que están ocurriendo los hechos. Él la ha puesto en práctica cuando ha dejado de ser embajador.

Es una simple comprobación del tiempo.

La disidencia sigue siendo respetabilísima cuando la crítica se formula en el curso del desempeño de funciones y responsabilidades. Si se produce después de haber cesado la investidura, aunque útil, pierde belleza, pues no arriesga ni compromete nada el disidente a posteriori.

Lamento que ese convencimiento le resultara ofensivo.

El amigo embajador Silvio Herasme Peña se queja de que le recuerdo la condición de embajador como un reproche. Y sucede que este es un título vitalicio, que le seguirá hasta el final ceremonial de estado, con regimiento y floreos. Desde luego, yo espero en su caso que tal cosa tarde muchas décadas.

Se queja, asimismo, de que lo ofendí a él y a otros amigos, porque hice algún desprecio de su categoría profesional al referirme a la percepción pública condicionada por el enjambre de la comunicación social. No alcanzo a comprender como él omitió su comprensión al no advertir que tuve el cuidado de decir que esa prensa del enjambre no es la prensa profesional. Él ha pertenecido desde hace mucho tiempo a ésta y, en verdad, no entiendo por qué pudo sentirse aludido.

Ahora bien, hay ciertas durezas en su “Réplica a Vincho Castillo”, aunque bien sesgadas, algunas de las cuales llego a compartir con él. Es cierto que no hay que presentarme a la opinión pública, pues todos me conocen. Pienso que con él ocurre exactamente lo mismo.

Lo que no me entusiasma es la arrogancia con que describe su trayectoria de vida al explicarla en forma tan altanera y excluyente de cualquier mérito posible en otros. La vida nos ha enseñado que por muchas que sean las condecoraciones y los reconocimientos que hayamos podido recibir, en cualquier época, los hombres públicos siempre tendremos períodos de luces y de sombras. Un periodista, claro está, es un hombre público importante que está sujeto a esa fatalidad.

Mi amigo el embajador, nos habla de su gesta laboral y cívica, seguido por otros periodistas, cuando saliera a fundar el diario La Noticia. En aquel tiempo hubo una persona que prefirió quedarse en el diario donde servía. Se puede recordar aún cómo algunos exaltados pretendieron infamarle llamándole Esquirol, es decir, rompe-huelga despreciable. Esa persona tenía un comportamiento ético sobresaliente. No inferior al de los que salieron a formar tienda aparte en el diarismo.

Quedó en su escritorio y vino a ocurrir que con su columna Microscopio y su brillante dirección de la Revista Ahora aquel hombre se erigió en una gloria nacional, tan consagrada e incoercible, que los intereses terribles de la intolerancia criminal ordenaron y ejecutaron su sacrificio.

Su ética fue una “fragante flor” que yo admiré en vida y en muerte. Me quedé afectivamente junto a él. Recuerdo que cinco años después de su inmolación publiqué un trabajo en la revista mencionada bajo el título “Prosas pobres para un aniversario triste” que comenzaba de este modo: “Rencor despierta todavía, el lirio yerto de tu pluma muerta.” Ya había escrito en la Revista Renovación “Matar a un ruiseñor”, cuando las flores de su tumba no se habían marchitado. Eran brotes de mi dolor. Como mi distinguido amigo el embajador no comprendió mi intención al mencionar a Orlando y a Goyito, prefirió entender que era una manera de señalarlo como carente de solidaridad con sus muertes.

Debo decirle que no es justo, ni exacto, atribuirme ese propósito. No. Lo que le dije fue que mi virulencia en el debate público no había aparecido en las impugnaciones electorales del año setenta y ocho, sino que venía de mucho tiempo atrás. Le puse como ejemplo esos dos horrendos asesinatos de la clase periodística, no para imputarle indiferencia, sino para resaltar que reaccioné con extrema violencia en la protesta y terminé con el desafío de las acusaciones que, al final, algunas de ellas resultaron considerablemente certeras.
En cuanto al periodista mártir del diario La Noticia, Marcelino Vega, no tuve oportunidad de conocerle, ni de leer sus artículos y trabajos. Admito que quizá mi desaprobación de su imperdonable muerte no alcanzó el nivel de sublevación de los casos Orlando y Goyito. Las razones resultan obvias.
Creo en su seriedad y bonhomía, embajador y amigo Silvio Herasme Peña. Le agradezco la evocación que hiciera de su desaparecido hermano Eurípides Herasme “Yiyo”. Fue mi amigo entrañable. Un hombre cordial, de una integridad que hacía horizonte.

Cuando supe de su muerte me entristecí de tal modo que dije: “Se me fue mi Herasme”. Cuánto lo sentí. Ahora, mejor que nunca, compruebo las razones.

El buen amigo embajador parecer terminar con una reflexión profunda en su artículo de réplica, cuando dice: “La ética, doctor Castillo, es una fragante flor que sólo se cultiva en ciertos espíritus”. Y agrega: ¿Puede usted objetar esa conducta? Y agrega en tono admonitorio y misterioso: “Si lo hace es su karma… lo siento.” Para poder hablar desde un plano tan alto se necesitaría oir desde ultratumba a un Orlando. Esto para que la flor quede en el huerto del periodismo.
Nosotros somos simples sobrevivientes, mi querido embajador y amigo. Con luces y sombras.

Claro está que es más cristiano asumirlo así, desde el plano inmenso del pecado. No desde el karma esotérico y misterioso de la reencarnación.
Santo Domingo, R.D., viernes, 19 de noviembre de 2010
http://www.listindiario.com/puntos-de-vista/2010/11/18/167037/La-respuesta-II 
http://presenciadigitalrd.blogspot.com/2010/11/la-respuesta-ii_19.html

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