Tema que originan estos escritos aquí http://www.almomento.net/news/127/ARTICLE/73452/2010-11-11.html
Por Marino Vinicio Castillo
El distinguido amigo, embajador Silvio Herasme Peña, publicó un artículo en la edición del domingo 7 de este diario, bajo el título “Vincho y la semiótica”.Quizá no pudo apreciar el carácter injusto de su contenido. Pienso que su larga ausencia sirviendo exitosamente en embajadas diversas, particularmente la de Colombia, no le permitió percibir mi incesante lucha pública contra la corrupción y la droga.
Entiendo que solo así él pudo ejercer un disimulado menosprecio en mis luchas y mis riesgos en ese campo tan áspero y proceloso. Tan lleno de alevosas asechanzas de donde menos se esperan.
Las habichuelas de San Juan y el fraude impune nadie lo trató como tema con mayor fuerza que yo. El ajo y las papas de Constanza nadie le ha hecho defensas más ardorosas que las mías.
Las condenables licencias de importación de alimentos que datan de décadas y que han sabido arruinar la producción nacional, ninguno de los hombres públicos del país les ha hecho censuras tan duras y sostenidas como las mías.
Las 34 auditorías, una verdadera catedral de impunidad desde cuyo púlpito advirtiera el importante dirigente político nacional Danilo Medina, que “el país se caería para atrás al conocerlas”, nadie las ha reprochado con mi vehemencia.
Incluso, al rechazar la excusa de que tuvo que ser así la impunidad, porque había que negociar la gobernabilidad por ella, nadie se ha mostrado más inconforme y emplazador que yo.
Monte Grande y su sombría trayectoria desde el grado a grado fallido, hasta la licitación aberrante y el primer picazo sin diseño, nadie lo ha tratado con mayor rigor que el mío.
Lo de Codacsa, que es un pantano que corresponde a la autoría de las dos administraciones de gobierno que supieron consentir, primero, y apoyar después, una pseudo-concesión, que ya le ha costado al Estado nuestro 23 millones de dólares en honorarios de abogados extranjeros en arbitraje, nadie lo ha planteado con la crudeza con que lo he hecho yo.
En fin, todas las actuales y pasadas inconductas delictivas han sido los temas esenciales de mi programa La Respuesta.
He llegado a pensar que si mi distinguido amigo el embajador Herasme hubiese seguido el curso de mi trayectoria frente al trastorno de la corrupción, no hubiese escrito con ligereza.
Venir ahora a brujear con la interpretación de signos sociales, supuestamente aparecidos en mis palabras al referirme a las últimas administraciones y su funcionariado, no es noble, ni justo.
Pienso que más bien puede resultar semiótico el propio artículo del embajador Herasme. Quizá lo estén celebrando los rencores de algunos que habrán de ser tocados por las nuevas y drásticas medidas de control.
Es posible, ciertamente, que algunos pro-cónsules y controladores de los fueros de los negocios turbios alrededor de la peligrosa gerencia pública del Estado, tanto del funcionariado como del sector privado, vean en el artículo una muestra interesante destinada a la descalificación y el desaliento de quienes, en una forma u otra, no nos hemos separado de nuestros deberes para condenar la desgracia de la corrupción como un gran mal mundial, inmemorial y perversamente nacional.
No desconozco que a muchos les gustaría que yo tirara la toalla y bajara del ring. Sería el júbilo de ellos que se produjera mi retiro del escenario de combate y renunciara a la grave tarea de mantenerles bajo vigilancia y cuestionamiento.
En realidad, a mí es inútil tratar de interpretarme viendo en mis palabras señales sociales. Menos creerme posible autor de señales de humo, pues siempre he estado de frente y directo.
Por ello, cuando mi distinguido amigo y embajador Herasme hace la mención del “fogoso funcionario que ha cabalgado sobre el mulo de las denuncias desde 1978, hace 32 años”, debió de ser más justo y recordar los asesinatos de Orlando Martínez y Gregorio García Castro, en ocasión de los cuales mi queja, mis demandas y mis señalamientos acusatorios, fueron más fuertes y desafiantes que desde los de la propia clase periodística.
Cinco años antes del ‘78. Cuando se quiere poner una supuesta “confesión” del denominado “Zar de la honradez administrativa y de la lucha contra el narcotráfico”, se hace alusión a una ley que se le pone como edad 14 años y se dice que “por qué se esperó a que en la población exista la percepción de que hay corrupción”.
La única respuesta que me merece es la de sentir lástima por una observación tan peregrina como esa.
La ley no es tan vieja y la Mesa No.1 del IPAC reconoció “los avances de gobierno en su desarrollo en los últimos 4 años”. Precisamente, un año menos que su edad.
Leonel Fernández, de quien fuera embajador el autor del artículo en mención, por largo tiempo, de lo que ha estado necesitado es de que sus amigos verdaderos, que tengan convicciones contra ese mal nacional de la corrupción administrativa y privada, le acompañen en el nuevo diseño del ordenamiento jurídico con que ya contamos y que se sumen en forma constructiva a esfuerzos como los que propiciaran los organismos multilaterales, la Unión Europea, gobiernos amigos de naciones de alto desarrollo, para poder organizar los métodos y procedimientos, así como desarrollar los adiestramientos necesarios para una lucha de enorme magnitud.
No es segura ni confiable “la percepción pública” que el enjambre sabe excitar como un ciego zapatazo de los intereses que la condicionan a través de sus adláteres de la comunicación social, no profesional. No ocurre así, en cambio, con la percepción que surge del trabajo de mesa responsable, y es a esto a lo que Leonel Fernández ha respondido en forma efectiva y neta.
Nunca será tarde insistir y luchar por la regeneración nacional. En esto no hay mucho espacio para lo agorero.
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