El que el PRD no se haya hecho representar ni sentir en la cumbre convocada por el presidente Leonel Fernández y encomendada para su coordinación y montaje al ingeniero Temístocles Montás y a monseñor Agripino Núñez Collado, principalmente, le haría más mal que bien a la organización política.
A nuestro modo de ver, el partido blanco -con un desdeño que raya en la inmadurez frente a algo que se sale del marco del gobierno y del partido oficial y pasa a ser de interés general- pierde una magnífica oportunidad de contribuir con la gobernabilidad del país y de crecerse en su papel de partido opositor, el principal en el renglón, con vocación de poder. Al no tener claro esto último ni dar la impresión de coger la ruta que conduce a Palacio, el PRD envía una muy mala señal al electorado, especialmente al renglón más maduro y conservador, que es el que termina inclinando la balanza y decidiendo las elecciones.
Si no se retrata de cuerpo entero, por lo menos sale feo en la foto el partido blanco, por ejemplo, cuando respalda determinada huelga o protesta organizada por los llamados grupos populares, o cuando no da respuesta a la invitación oficial e institucional a las fuerzas vivas de la nación para enfrentar entre todos la crisis económica global, pero se muestra muy presto y activo con la “cumbre alternativa”, montada paralelamente en la UASD con el fín de escoger el “escenario de las calles” para hacer cumplir los acuerdos y conclusiones del evento.
¿Es esa la vía? ¿Hay vocación o ha aprendido la lección quien aspire al poder o volver al mismo bajo ese punto de mira? Al margen de que Miguel y Abinader estuvieran claros en el papel del PRD frente a la Cumbre, no hay dudas de que la crisis última y diferencias en la cúpula no radican en si se asiste o no al evento oficial (ya se hizo tarde), sino en la lucha abierta por el control de la organización y la definición de la candidatura presidencial, lo que en verdad está en juego y se ha puesto de primero. ¡Hay más!
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