Buenos y verdaderos dominicanos celebran hoy el día de la Independencia de la República, que junto a la Restauración el 16 de agosto, constituyen las más trascendentes efemérides patrias, lienzos históricos que cubren de gloria y orgullo al gentilicio nacional.

La proclamación de la nueva República estuvo a punto de frustrarse la noche del 27 de febrero de 1844, porque la mayoría de los convocados a la Puerta de la Misericordia, lugar donde se iniciaría la insurrección contra la dominación haitiana, no acudió a la cita. “...Desgraciadamente éramos muy pocos”, se lamentó el trinitario José María Serra.

A ese ambiente de debilidad e incertidumbre se sobrepuso el arrojo y la determinación del puñado de valientes que, tras el trabucazo disparado por Ramón Matías Mella, proclamaron el nacimiento de la República Dominicana.

Conviene resaltar que el suceso del 27 de febrero no fue en ningún modo un acto simbólico, sino una acción político-militar que dio inicio a una gran revolución separatista., con el inmediato control de la zona amurallada de la antigua ciudad de Santo Domingo y la capitulación, dos días después, de las autoridades haitianas.

Al otro día de la proclamación, grupos de dominicanos habían cercado las instalaciones de la actual fortaleza Ozama y todos los puestos de guardia haitianos, lo que obligó al comandante de la plaza, general Henri Etiene Desgrotte, a iniciar negociaciones con los insurrectos, que concluyeron con la capitulación.

La determinación de los febreristas se consigna en la respuesta que la Junta Central Gubernativa dirigió al general Desgrotte: “La privación de nuestros derechos, nos ha puesto en la firme e indestructible resolución de ser libres e independientes, a costa de nuestras vidas y nuestros intereses, sin que ninguna amenaza sea capaz de retractar nuestra voluntad”.

Razones sobran para proclamar y reclamar que un torrente de orgullo patrio anegue los corazones de todo buen dominicano, porque la gesta que hoy se conmemora, por su trascendencia histórica y por el arrojo y valor exhibido por sus protagonistas, se sitúa entre las grandes epopeyas libertarias de las Américas.

Ante momentos aciagos que obnibulan el horizonte de la República, es preciso que presentes y futuras generaciones sacien su sed de justicia y esperanza en las cristalinas fuentes de los fundadores de la República, a quienes hoy la nación toda rinde tributo de veneración, respeto y eterno agradecimiento.