SANTO DOMINGO.- Jurista sagaz, político avezado y tribuno “pico de oro”, el licenciado Pelegrín Castillo había ya enfermado de muerte cuando su hijo Vincho nació, aquel 18 de julio de 1931, antes de que el brigadier Trujillo cumpliera su primer año en el poder.
Se había pronunciado contra el Manifiesto que prácticamente ponía fin al gobierno de Vásquez al prever el advenimiento de una tiranía que se prolongaría por 31 años.
Dos meses después de nacer Vincho, su padre Pelegrín murió en París, Francia, donde había viajado en último esfuerzo por recuperar la salud. La fama como abogado y hombre público del padre que no conoció, llevaron a Vincho a interesarse desde muy joven por la carrera de Derecho, y en cuanto terminó el bachillerato se matriculó en la Escuela de Leyes de la Universidad de Santo Domingo, la misma de la que egresó su progenitor en los albores del siglo XX, exactamente en 1900.
No necesitó mucho esfuerzo Vincho Castillo para abrirse paso en un oficio para el que le sobraban aptitudes. Tenía no sólo la inteligencia, sino la gallardía, el valor y el coraje, además del don de la palabra y el dominio escénico que dieron brillo a su padre en las primeras tres décadas del siglo veinte. Su debut fue en grandes ligas, sin campo de entrenamiento de por medio fuera de la práctica académica.
Aprovechó la primera oportunidad para lucirse en un tribunal de alzada e influir en la decisión de cuatro magistrados magníficos que integraban la Corte de San Francisco de Macorís para que variaran la sentencia condenatoria de un hacendado de La Vega que provocó sin intención la muerte de su esposa al empujarla en medio de una discusión y al caer se desnucó, muriendo al instante.
La magistral defensa del novel abogado no sólo llamó grandemente la atención de los diestros magistrados de la Corte, sino que dejó un rúnrún que corrió de boca en boca entre abogados y leguleyos de todo el país y marcó el inicio de la historia profesional de una figura que con el paso de los años ha dejado huellas imborrables en los tribunales de la República. Eso ocurrió en 1954, hace exactamente 55 años, justo el tiempo que lleva Vincho ejerciendo sin pausa el oficio de abogado.
Recuerdos imborrables
Alberto Hernández era un hacendado querido por todos en el municipio de La Vega en 1953. Hombre de trabajo, había procreado una bonita familia con su esposa. Pero un mal día la pareja tuvo una discusión dicen que por motivo insignificante y se fueron de las manos. Él la empujó para quitársela de encima, ella resbaló y, al perder el equilibrio, se golpeó en la cabeza con el canto de una mesa y se desnucó.
La acusación fue de homicidio voluntario y el tribunal del primer grado de aquella jurisdicción lo condenó a 12 años de trabajos públicos, que era la denominación de entonces. Para la época Vincho Castillo era estudiante de término de la escuela de leyes, por lo cual no pudo participar en la primera instancia del juicio. Pero la sentencia fue apelada... Y es entonces cuando Vincho fue llamado a juego.
La Corte de Apelación de San Francisco de Macorís la componían los licenciados Gustavo Gómez Ceara, quien la presidía: Luciano Díaz y Cucho Gómez. El juicio había provocado la atención pública y durante la audiencia la sala permaneció repleta de personas.
Todo parecía indicar que el tribunal de apelación aplicaría la pena máxima al acusado… hasta que llegó el turno de Vincho con su discurso de conclusión. Cuatro horas..., y la sala en vilo escuchando a aquel joven exponer con maestría sobre una figura que había extraído del viejo código penal francés de aplicación en nuestro país: delito preter-intencional, que va más allá de la intención porque el acusado jamás tuvo el deseo o la voluntad de matar a su esposa, aunque sí de golpearla.
La sentencia fue una reducción sustancial de la pena, de 12 a tres años de reclusión. Años después, ya con mucho tiempo en el oficio, el doctor Castillo tuvo la satisfacción de encontrarse casualmente con el doctor Gómez Ceara y el magis trado —fallecido hace ya muchos años— le confesó que los tres jueces estaban listos para condenar a 20 años al hacendado Hernández porque su íntima convicción lo considera culpable y que Vincho los hizo cambiar de opinión por sus sólidos argumentos.
Pero su mayor prueba de fuego le llegó con apenas tres meses de graduado, también en la Corte de San Francisco de Macorís, esta vez teniendo en la barra contraria a tres maestros del Derecho: Héctor Sánchez Morcello, José Tapia Brea y Juan Molina Patiño.
Un comerciante de Nagua llamado Silvestre Fañas mató al hijo de un hacendado muy conocido en la región, llamado Francisco Reynoso (don Panchito), quien se buscó a los que entonces se consideraban los tres mejores abogados criminalistas jóvenes del país, Sánchez Morcello, Tapia Brea y Molina Patiño. Conocido el juicio en el primer grado del distrito judicial de Samaná, el acusado fue condenado a la pena máxima de la época, a 20 años de trabajos públicos.
La acusación llevó su mejor arma al tribunal, un testigo de cargo que juró haber visto “la forma alevosa” en que el acusado asesinó a la víctima.
El testigo se llamaba Esperanza Mendoza, y sufría de estrabismo, era bizco y se le notaba mucho la desviación del ojo izquierdo, es decir, como el que es capaz de bañarse en la playa con un ojo y con el otro cuidar la ropa.
El caso fue casado y la familia del acusado buscó a un joven que acababa de retornar a su pueblo de San Francisco de Macorís con apenas tres meses de graduado: Vincho Castillo. El juicio en alzada transcurría con absoluta normalidad y todo parecía indicar que la sentencia máxima de 20 años sería repetida en la Corte. Hasta que le tocó a Vincho interrogar al testigo de cargo, que insistía en que vio horrorizado cómo Fañas asesinaba “al pobre hijo de don Panchito”.
El interrogatorio duró horas, hasta que el bizco Esperanza Mendoza irrumpió en llantos al caerle encima el fardo de un montón de contradicciones que le pudo demostrar el abogado de la defensa.
Al concluir el juicio, la Corte varió la condena de 20 a 5 años de prisión, y el juez presidente del tribunal elogió a Vincho diciendo que los tribunales de la República se hallaban ante una joven promesa del Derecho.
Pero el doctor Sánchez Morcello lo corrigió diciéndo le: “Una joven promesa no, señor magistrado, estamos ante un verdadero valor del Derecho Dominicano”.
55 años después...
Vincho Castillo está cumpliendo ahora 55 años de ejercicio del Derecho. Sólo en materia penal ha llevado — entre defensa y parte civil— entre 1,300 y l,400 casos, incluidos homicidios, accidentes de tránsito y otros juicios de diversa naturaleza.
Es, casi seguro, el abogado dominicano de mayor intensidad en el ejercicio. En sus años de joven abogado recorría el país de tribunal en tribunal, y se distinguió por postular personalmente en defensa de los intereses de sus clientes. En sus mejores años los más calificados juristas temían enfrentarlo en los estrados, y todavía hoy muchos de sus colegas le temen “como el diablo a la cruz” cuando se trata de tenerlo como contendor en los tribunales.
Y es que el doctor Castillo se las conoce todas en la justicia.
A sus 78 años sigue activo en el Derecho con su centenaria oficina de abogados abierta —heredada por su padre, que la inauguró en 1901, a un año de graduarse, y que aún lleva el mismo nombre: Bufete de Abogados Licenciado Pelegrín Castillo—, pero actualmente regenteada por su hijo Juárez Castillo Semán.
Sigue siendo el orientador y cabeza de la oficina de Abogados, pero ya no prefiere los tribunales, ¿Se cansó ya Vincho Castillo de ser abogado? Al contrario, sigue con tanto vigor como siempre y dispuesto a seguir sirviendo a la República, pero ahora desde la Suprema Corte de la Decencia Pública y los derechos ciudadanos y al frente de la cruzada contra el narcotráfico.
Precisamente, el narco
Su cruzada contra el narcotráfico lo expone cada día a toda suerte de peligros. Los mil demonios lo acechan, pero sigue impertérrito en una lucha que parece no tener fin.
Más de 20 años encabezando una cruzada contra el peor mal social conocido por la humanidad, pues ninguna otra actividad delictiva mueve tantos recursos económicos como el tráfico de drogas. Parecerá extraño, pero Vincho jamás tuvo tantas acechanzas.
Y sólo hay que pensar en cómo se enconan las pasiones cuando la familia de una persona asesinada escucha y ve a un abogado defender al asesino… Y viceversa. Pero en el caso de la droga los intereses no sólo se circunscriben a los peligros de persecución que sufren quienes se dedican a esa actividad, sino los intereses multimillonarios que produce.
Y, en consecuencia, el enorme poder que genera.
Es precisamente ahora cuando el doctor Vincho Castillo siente mayor peligro por su vida y por los suyos. Pero no tiene miedo.
Porque el miedo no se hizo para hombres como él, lo cual parece una condición genética. Así mismo fue su padre Pelegrín, cosa que pueden atestiguar los soldados gringos de la Ocupación del l9l6. Y por el mismo camino van sus hijos… Guapos como abeje´piedra.
Una vida en la política
En plena juventud, con menos de 30 años, Marino Vinicio Castillo era ya un abogado brillante y su presencia en los estrados amedrentaba a los más veteranos colegas de las barras contrarias. Con extraordinaria fluidez verbal y absoluto dominio escénico, se adueñaba de los escenarios públicos en un abrir y cerrar de ojos.
La fama de Vincho no podía pasar inadvertida para un hombre como Trujillo, con dominio total de su feudo, y mucho menos tratándose de un hijo de Pelegrín, que lo defendió en el l918 cuando lo acusaron de violar una menor en Los Llanos, siendo guardacampestre en San Pedro de Macorís, pero que 12 años después —en 1930— tuvo que coger el monte cuando Trujillo tomó el poder porque se pronunció contra el Manifiesto que depuso a Horacio.
“Es el único que se parece a su padre”, había comentado el Jefe en medio del run –rún que corría de boca en boca sobre las hazañas de Vincho, un abogado joven que vivía en San Francisco de Macorís pero que recorría el país de tribunal en tribunal acarreando una fama que sólo se reservaba a los grandes del Derecho.
Se iniciaba la década de 1960 y la tiranía ya agonizaba.
En aquel alboroto político —asesinadas ya las Hermanas Mirabal, cientos de jóvenes arrestados por adversar la dictadura y una sanción de la OEA que desequilibró literalmente el régimen—, Trujillo visitó la ciudad de San Francisco de Macorís el 12 de marzo de 1961, a sólo dos meses y 19 días antes del magnicidio del 30 de mayo. El tirano hacía esfuerzos para recomponer la imagen de su gobierno, para lo cual se agenciaba con malas artes el apoyo de la juventud rebelde.
¿Quién en la región Nordeste mejor que Vincho para integrarlo al Congreso en procura de una fementida oposición que lavara un poco la cara del régimen tiránico? En efecto, Trujillo hizo una vistosa fiesta la noche del l2 de marzo en el Club Esperanza, frente al parque central.
Vincho era un invitado muy especial. Lo mandó llamar personalmente y lo hizo esperar un buen rato en el salón de fiesta, mientras él recorría el parque junto a un reducido séquito, entre los que estaban el licenciado Francisco Augusto Lora, entonces secretario de Agricultura; Cucho Álvarez Pina, presidente del Partido Dominicano, y el coronel Marcos Jorge Moreno, jefe del Cuerpo de Ayudantes Militares.
Vincho habló esa noche con Trujillo por primera vez. La conversación se desarrolló así: “¿Cómo está usted, joven? Tenía mucho interés en conocerlo y saludarlo. Todos me dicen que es usted un abogado notable. Y quiero que sirva a mi gobierno desde una posición pública importante…”, le dijo Trujillo.
“Para mí sería muy honroso, jefe. Pero mi mayor interés es seguir ejerciendo mi profesión de abogado, que es algo que me apasiona y de lo que no quisiera apartarme…”, le respondió evasivo Vincho a Trujillo.
“No se preocupe por eso, que la posición que le daré no le impedirá su ejercicio profesional. Mucho gusto en conocerlo joven…”, concluyó cortante el jefe.
El abejoneo fue constante durante toda la fiesta.
Las especulaciones no cesaban y Vincho fue la persona estelar aquella noche, después de Trujillo, por supuesto.
Conciliar el sueño se le hizo difícil al joven abogado pues todo tipo de dudas le llegaban a la mente sobre la conversación con el jefe.
En la mañana del 13 de marzo, horas después de aquel encuentro, fue llamado urgente a la capital por Cucho Álvarez Pina, quien le informó que el Jefe había decidido nombrarlo diputado al Congreso Nacional en representación de la provincia Duarte, pero con una sola condición: ¡No podía vivir en la capital!
Tenía que quedarse en San Francisco, en especial en los campos del Nordeste, donde ya se había levantado un movimiento importante de la juventud y los profesionales contra la dictadura. La muerte de las hermanas Mirabal creó un estado de desafección casi colectivo a la dictadura en esa zona del país. Las jóvenes asesinadas eran ampliamente conocidas, pues provenían de una familia muy prestigiosa de Salcedo, y ya en los últimos meses del régimen eran inocultables las voces disidentes.
Fue esa precisamente la razón por la que Trujillo se había fijado en Vincho.
Joven, talentoso, de buen talante, poseedor de un verbo tan encendido como convincente. ¿Quién mejor que él? Lo que Trujillo ignoraba era que en la Cámara de Diputados se había creado un ambiente propicio no para conspirar, pero sí para denunciar a las principales figuras del régimen y para cuestionar los métodos hegemónicos de la clase gobernante.
Trujillo había juntado en el hemiciclo bicameral a figuras de la talla de Luis Dhimes Pablo, Gregorio García Castro —Goyito—, Manuel Antonio Jiménez Rodríguez —Manolín— y al propio Vincho Castillo.
Por eso el día del magnicidio, mientras caminaba por el malecón con sus amigotes, Trujillo escuchó con mucha atención a su colaborador Mario Abreu Penzo cuando le dijo: “Jefe, están diciendo por ahí que usted ha llenado la Cámara de Diputados de enemigos. Hay un tal Vincho que lo único que le falta es tumbar el gobierno…” Trujillo le respondió: “¡Ese es igualito a su papá!... ¡Igualito a su papá!”.
Esa noche mataron a Trujillo.
Dos meses después fue desintegrado aquel Congreso trujillista.
Vincho estuvo vinculado a Balaguer hasta su retorno al poder, en 1966, luego le hizo oposición, pero antes conspiró contra el Triunvirato, junto a Chaguito Rodríguez Echavarría. Apoyó resueltamente la Revolución del 65…Y sigue aquí, “como el primer guandul”.
¡Dándole qué beber al narcotráfico y al crimen organizado”.
Porque “genio y figura…”.
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Vincho Castillo es, casi seguramente, el abogado dominicano de mayor intensidad en el ejercicio. En sus mejores años, los más calificados juristas temían enfrentarlo en los estrados.
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Su mayor prueba de fuego le llegó con apenas tres meses de graduado, en San Francisco de Macorís, enfrentado a tres maestros del Derecho: Héctor Sánchez Morcello, José Tapia Brea y Juan Molina P.
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Su cruzada contra el narcotráfico lo expone cada día a toda suerte de peligros. Los mil demonios lo acechan, pero sigue impertérrito en una lucha que parece no tener fin contra el peor mal social.
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