viernes, 22 de enero de 2010

Un mini Marshall para Haití

Pelegrín H. Castillo - 1/22/2010

Haití vuelve a las primeras páginas de la prensa mundial con motivo de un conflicto que apunta a ser más peligroso y complejo que todos los anteriores. ¿Por qué este pequeño y singular país del Caribe Insular, ubicado en la parte occidental de la isla de Santo Domingo, acusa tan prolongada inestabilidad? ¿Acaso no fue intervenido en 1994 por fuerzas multinacionales lidereadas por los Estados Unidos de Norteamérica, con la aprobación de la ONU y la OEA, “para reestablecer la democracia” que encarnaba entonces, con un fuerte acento mesiánico, Jean Bertrand Aristide?

El caso de Haití ilustra bien lo que sucede cuando la Comunidad Internacional aborda situaciones partiendo de premisas erradas, o lo que es peor, con actitudes de cinismo, indiferencia o manipulación hegemónica.

Hace décadas Haití entró en un proceso de desintegración que ha puesto en cuestión su viabilidad nacional. Su territorio es una zona de desastre ecológico, con apenas una porción ínfima de cubierta forestal y escasos recursos hídricos. Los índices de desarrollo humano son con mucho los más deprimidos del continente, con una incidencia dramática del VIH, tuberculosis, malaria, desnutrición III, analfabetismo. Su gobierno, que sufre los efectos disolventes de la narcocriminalidad, apenas cuenta con unos 2,000 agentes policiales para la vigilancia de un territorio montañoso de 28 mil km2 y 7 millones de habitantes.

En esas condiciones, esperar que exista estabilidad política y que además tenga signo democrático, constituye una verdadera pieza del teatro de lo absurdo. A pesar de ello, se ha llegado al extremo de retenerle recursos e imponerle sanciones por no satisfacer unos estándares democráticos que de antemano se sabe que Haití no está en condiciones de cumplir.

Si aceptara esta realidad con todas sus consecuencias, la comunidad internacional ñen especial Estados Unidos de Norteamérica, Francia y Canadá tendría que asumir con seriedad un esfuerzo de reconstrucción nacional, que Haití se merece por muchas razones históricas, y que, además, contribuiría a mejorar sustancialmente la seguridad de una región que es considerada la “tercera frontera” de Estados Unidos de Norteamérica.

Pero sobre todo, tendría que abandonar la peligrosa tendencia de traspasar sus responsabilidades a la República Dominicana, que no está por sus debilidades institucionales y el cúmulo de problemas que encara, en condiciones de asumir el rol de estado pivote que se le quiere asignar, abusando de su vulnerabilidad y dependencia.

Más aún, si se quiere prevenir un conflicto sangriento entre dominicanos y haitianos, que agregue más trastornos a una región tan cargada de conflictos y tensiones transición en Cuba, polarización en Venezuela, violencia en Colombia resulta impostergable la búsqueda de una fórmula de solución multilateral.

El serio problema de los inmigrantes haitianos en República Dominicana debe ser abordado como una variable dependiente del problema mayor que plantea la disolución de Haití. Un Haití estable y restaurado, constituye un interés prioritario para los dominicanos, pero las diferencias históricas y el potencial de conflicto existente, recomiendan que sólo nos involucremos acompañando un amplio esfuerzo de la comunidad internacional, y en particular a los que más pueden y deben.

Haití ha sido desvastado y derrotado, más por la acción predatoria de sus propias clases dirigentes que por intereses foráneos. Un fideicomiso formal no procede conforme a la carta de Naciones Unidas, pero en estos tiempos de redefinición de las relaciones internacionales cuando se han ideado “intervenciones humanitarias” y “guerras preventivas”, puede que resulte factible en el marco de una gran conferencia internacional, encontrar una fórmula de gobernabilidad justa y solidaria para el pueblo haitiano que lleve tranquilidad a todos sus vecinos.

Si esta crisis conduce a un mini Marshall para Haití, el continente de mayor inequidad del mundo tendrá una buena razón para seguir llamándose el Continente de la Esperanza.

(*) Este artículo fue publicado el 18 de marzo de 2004.

http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=128963

No hay comentarios: