15 Enero 2009, 11:09 AM
Escrito por: LEANDRO GUZMÁN

En más de una oportunidad hemos dicho que ningún Gobierno, por bien intencionado que esté, puede afrontar solo los múltiples problemas de la República Dominicana. Esto significa que para lograr ese objetivo tiene que contar con el consenso de todas las fuerzas dinámicas de la sociedad, pues de otro modo no lo lograría.

En ese sentido, la convocatoria a un diálogo nacional hecha por el Presidente de la República el 8 de diciembre pasado, cuando se dirigió al país, luce razonable. Esto así porque para afrontar los problemas derivados de la crisis económica global de origen norteamericano, habrá que coordinar una agenda común y viable.

Nosotros recordamos que hace casi 40 años, un ex presidente de la República sugirió al entonces Presidente Balaguer que hiciera la convocatoria de un diálogo para buscar fórmulas encaminadas a poner fin a los múltiples problemas de entonces, agravados por el afán del viejo caudillo en reelegirse.

Ese diálogo nunca se dio, y los que se han realizado con posterioridad a poco han conducido. Sin embargo, tenemos la esperanza de que en esta ocasión no será así, pese a la desconfianza de muchos sectores en esos encuentros.

Un ejemplo reciente de esto es el que se refiere a la Reforma Constitucional. Como se recordará, el Poder Ejecutivo designó una comisión de juristas para que recorrieran el país, en busca del consenso necesario para poner en marcha la Reforma Constitucional. El resultado más importante fue que la mayoría de los consultados a nivel nacional plantearon que la Reforma se hiciese mediante una Asamblea Constituyente. Pero el Poder Ejecutivo, contrario a esos resultados, envió al Congreso un anteproyecto que consigna que la modificación se haga mediante una Asamblea Revisora.

Esto causó gran decepción entre los miembros de la Comisión, pero además entre los propios consultados. Como resultado, comenzó a predominar la desconfianza. No obstante, el diálogo se impone, pues de otra manera se daría paso a un gran descontento popular cuando la crisis apriete. Sin embargo, en ese diálogo no puede haber exclusiones. En el mismo tienen que participar todos los sectores organizados de la sociedad, para escuchar y tomar en cuenta sus puntos de vista.

Un llamado al pueblo para afrontar la crisis con optimismo y energías no es suficiente. Es necesario dar ejemplos morales y de actitudes que pongan fin a las “indelicadezas” y al derroche de recursos, lo que debe comenzar por la familia hasta los más altos representantes del Estado, que son los que toman las decisiones políticas y económicas, de las cuales el pueblo se perjudica o se beneficia.

Los acuerdos que salgan del diálogo deben cumplirse, no como ha ocurrido en otras ocasiones. Nada se gana con invertir recursos y esfuerzos para organizar un diálogo, si lo que se acuerde en él no se lleve a la práctica.

Ojalá de ese diálogo salga un Gobierno de Unidad Nacional, única vía para actuar coherentemente garantizar así la estabilidad del país frente a una crisis mundial sin precedentes.

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