Esta expresión, que resume la honda fe de los cristianos en el poder salvífico de su Padre creador, la usó ayer el Presidente Leonel Fernández al pasar balance de cómo el país, en medio de la crisis económica mundial, pudo sostener sin mayores conmociones su ritmo de desarrollo.
Dios apretó, pero no nos ahorcó. No cabe dudas.
Las cifras que ofreció el Presidente ante la Asamblea Nacional para describir el comportamiento de la nación en ese período traducen los resultados de las políticas que, al menos en el campo de las telecomunicaciones, el comercio y el sector financiero, nos ayudaron a sobrevivir al tsunami de una economía global en quiebra.
Su compromiso de echar a andar una serie de programas de incidencia directa en el empleo y la producción, así como en la asistencia social (producto de los acuerdos alcanzados en la Cumbre), aviva las esperanzas de que, en este 2009, podamos agotar una transición menos traumática hacia un nuevo modelo de desarrollo.
No hay dudas de que los anuncios sobre nuevas inversiones extranjeras, los planes de construcción de carreteras y centros universitarios; la nueva línea del Metro de Santo Domingo y del ferrocarril hacia Santiago, así como los hospitales, escuelas y 20 mil viviendas populares, constituyen una señal de esperanza en la reactivación económica.
Si bien estos aspectos tocan el ámbito de los desafíos materiales, no dejan de ser trascencentales sus promesas de aplicar mano firme y pulso sin temblor, para proceder a la depuración de las Fuerzas Armadas, perseguir la corrupción administrativa y restablecer la seguridad ciudadana, que son ahora reflejos de la quiebra moral de nuestra sociedad.
Naturalmente, no se puede garantizar ningún proyecto de cambio ni una evolución positiva si no se promueve una verdadera unidad de acción, de ideas y compromiso de todos los dominicanos, a fin de que el diseño de nuestro destino no sea obra de la casualidad, sino de objetivos claros y viables que se establezcan en diálogos o leyes del futuro.
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