El pacto suscrito por el presidente Leonel Fernández y Miguel Vargas Maldonado consignó la unificación de las elecciones congresionales y municipales con las presidenciales para el año 2016. Con ello se le ha pretendido dar respuesta a un gran reclamo nacional, en el sentido de que el país no podía mantenerse como hasta ahora en un debate electoral permanente cada dos años.
Como consecuencia de esa decisión, se suscita la vuelta a la famosa “fórmula de arrastre”, abominada en el pasado reciente, mediante la que candidatos a síndicos, regidores, senadores y diputados son beneficiados por el arrastre que conlleva el innegable y apasionante voto presidencial en un medio como el nuestro.
El “arrastre” reduce el espacio y la libertad de elegir buenos candidatos locales en base a su preparación y actitud de servicio público, y puede beneficiar a aquellos que, escudándose en los lideratos presidenciales, puedan resultar electos, sin tener las más mínimas condiciones para las altas funciones públicas envueltas, según sea cada caso.
Ante esa legítima preocupación, sectores importantes de la sociedad están proponiendo a la asamblea nacional que las elecciones congresionales y municipales, aunque se celebren en el mismo año, deben estar separadas por un interregno de tiempo de uno a tres meses, lo que a nuestro juicio puede traer consecuencias catastróficas para la democracia dominicana.
La primera hipótesis es que las elecciones congresionales y municipales se celebren de uno a tres meses antes de las elecciones presidenciales, lo que produciría un efecto sumamente nocivo y peligroso para la estabilidad democrática del país. ¿Por qué? Porque esas elecciones serían un preludio claro, con innegable influencia y determinación, sobre las subsecuentes presidenciales. Esta primera posibilidad crearía una distorsión en la voluntad libérrima del pueblo al elegir a su primer mandatario, y pondría a una franja importante del electorado a votar condicionado por lo ya ocurrido, en un panorama de crecimiento eufórico de los vencedores, y de desmoralización importante en los perdedores de la primera contienda (congresional y municipal), lo que en nada contribuiría al equilibrio democrático.
Para nadie es un secreto que si aquí se celebran elecciones presidenciales cada cuatro años sin mayores sobresaltos; con gran espíritu cívico y con votaciones ordenadas, es porque los partidos participantes en ese juego democrático y sus candidatos presidenciales acuden a las urnas, con su cuerpo de delegados, bajo la premisa de que tienen posibilidades reales de salir airosos.
Eso explica que el 100% de los problemas electorales que se han suscitado en el pasado no se producen en la hora de la votación y a veces ni en el escrutinio primario, sino posteriormente.
Si se producen unas elecciones previas donde los partidos contendores se puedan sentir derrotados de antemano, se pierde ese factor fundamental de estabilidad y se abriría un peligroso espacio para que la militancia y dirigencia de dichos partidos que se sientan derrotados, puedan sabotear o anarquizar los previsibles resultados electorales presidenciales, lo que puede traer violencias, caos y desestabilizaciones innecesarias.
En adición a las situaciones expuestas estaría otra no menos explosiva, como sería la secuela de posibles impugnaciones sobre cientos de candidaturas locales que están envueltas en esa elección, que mantendrían a la Junta Central Electoral bien ocupada, en momentos donde estar única y exclusivamente a organizar unos eventuales comicios presidenciales sucesivos en corto plazo.
La segunda hipótesis plantea la separación de las congresionales y municipales para una fecha posterior a las presidenciales. Esta posibilidad crearía un efecto desastroso de arrastre en cascada, favorecedor de los candidatos del partido vencedor de unas presidenciales anteriores. Se distorsionaría y condicionaría con un período de tiempo relativamente corto al elector para favorecer a los candidatos pertenecientes al presidente electo, con lo cual el equilibrio de poderes congresional y municipal quedaría al garete.
Lamentablemente, el mal menor al unificar las elecciones congresionales y municipales con las presidenciales es celebrarlas el mismo día, aunque ésto represente la vuelta del famoso arrastre. Ese es el costo que el país tendrá que pagar por ahorrarse las elecciones cada dos años.
Si se inventa con cualquiera de las dos hipótesis planteadas en este artículo, separando las congresionales y municipales de las presidenciales en un mismo año, estamos creando las bases para armar un gran tollo nacional.
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