Jesucristo mismo predijo su propia muerte cuando dijo que era “necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día”, (Lucas 9:22).
En su ministerio, que duró alrededor de tres años, Jesús vino predicando el Evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado, arrepentíos, y creed en el Evangelio. Durante su ministerio Jesús anduvo en absoluta obediencia al padre realizando señales nunca antes vistas.
En torno a la esencia de su obra a favor de la humanidad, Jesús se identificó como el buen Pastor que da su vida por las ovejas, y dijo que “todos los que antes de mi vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir, yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”, (Juan 10:8-11).
Jesús, quien mostró su gran amor por los pecadores, dijo que “el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”, (Lucas 19:10). Y refiriéndose al amor del Padre, expresó: “Por que de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”, (Juan 3:16).
Cristo fue traicionado por uno de sus discípulos, cuando se encontraba con ellos, en el Monte de los Olivos, llevado ante el sumo sacerdote Caifás, donde fue escarnecido y torturado, y tras un juicio mostrenco, donde Pilato no le encontró culpa, lo entregó al pueblo, y conducido, por los romanos, al monte de la Calavera, lo crucificaron junto a dos malhechores.
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