La exhortación de la Secretaria de Estado de los Estados Unidos a las autoridades dominicanas para atender el reclamo de conceder la nacionalidad a hijos de haitianos que residen ilegalmente en el país, por el cual la activista Sonia Pierre nos ha sentado nuevamente en el banquillo de los acusados frente a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, le ha generado un rechazo colectivo que seguramente nunca imaginó.
Las críticas le han llovido desde todos los frentes. El Ministro de Interior y Policía, el Director General de Migración, Pelegrín Castillo y otros legisladores, obispos católicos, voceros partidarios, periodistas y cuchucientas mil voces más, utilizando los más variados matices hasta llegar a los tonos más subidos, han coincidido en calificar sus palabras como un inadmisible acto de intervención en asuntos internos del país, que ella misma reconoció son de la exclusiva competencia de cada Estado, como es el establecer sus políticas migratorias. Es algo que precisamente dicho sea de ocasión, están haciendo ahora algunos estados de la Unión Norteamericana en desmedro de los inmigrantes ilegales y de sus más elementales derechos humanos, los mismos que la señora Clinton reclamó de la República Dominicana para los ilegales haitianos, lo que ha llevado a muchos a recordar el manoseado dicho de “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”.
Es obvio que la señora Clinton, quien junto a su esposo ha disfrutado en más de una ocasión, de las delicias de nuestros mejores resorts turísticos, habló por su gobierno y no por ella misma. Como en cualquier otro país, es el Poder Ejecutivo el que traza las líneas maestras de la política exterior, mucho más en el caso de la primera potencia mundial. Al Secretario de Estado, en este caso la señora Clinton, le corresponde el papel de vocero y ejecutor. Nunca el diseño; cuando más informes y sugerencias que contribuyan a darle forma al trazado final. Pero es ella, quien pronuncia el verbo y da la cara, la que recibe las críticas y a la que deben haberle sonado duro los oídos en estos días y no al principal vecino de la Casa Blanca, quien ya tiene más que suficientes motivos de preocupación con buscar alivio a la aguda crisis que padece la economía de su país, sus altos niveles de desempleo y en cambio, los descensos de popularidad que le ofrecen las encuestas y que representan una amenaza de naufragio para sus afanes reeleccionistas.
Los norteamericanos tienen cierta propensión a tropezar más de una vez con la misma piedra en sus relaciones exteriores. En nuestro caso, muestran una casi obsesiva tozudez para tratar de imponernos normas con respecto al tema de la inmigración haitiana. Prefieren exaltar y premiar a la señora Pierre cuando lleva casos aislados a foros internacionales, que terminan siendo magnificados y presentados como política oficial de persecución a los haitianos residentes y de cultura xenofóbica antihaitiana de la sociedad dominicana, en vez de evaluar la otra cara de la moneda: la creciente presencia en este lado de la isla de cientos de miles que llegan del territorio vecino, cruzando una frontera exageradamente vulnerable al soborno del peaje, huyendo de su extrema miseria para compartir nuestra pobreza. Esta siempre será más soportable y hasta les permitirá enviar sus remesas de ayuda a la familia que quedó atrás por un volumen nada despreciable que se asegura pudiera acercarse o hasta ser superior, a los mil millones de dólares anuales.
La señora Clinton tocó una tecla a la que un simple roce, basta para provocar un condenatorio coro de las más encendidas críticas. Bien que sea así. La soberanía hay que defenderla con pasión. Y la política migratoria es tema de soberanía.
Pero...¿y qué hay de nuestras propias culpas? ¿Contamos en realidad con una política definida de migración? ¿A qué se debe entonces que no se haya promulgado aún el reglamento de la ley? De la masiva presencia indocumentada de haitianos en el país, no estamos exentos de responsabilidad. ¿No es a nosotros a quienes toca la de no permitir el paso por la frontera a quien no esté autorizado para ingresar al país? ¿Acaso lo hacen de la mano de Obama o de la señora Clinton o de la muy complaciente de autoridades encargadas de impedirlo? ¿Cuántos de los que utilizan mano de obra haitiana cumplen con las normas legales establecidas sobre la proporción de los que pueden emplear? ¿Cuáles de los empleadores les exigen presentar documentación que demuestre su residencia legal en el país? Y, ¿quién o quiénes son los culpables de colocar y permitir la presencia de mujeres y niños haitianos a mendigar en las principales avenidas?
En todo este escabroso tema de la inmigración ilegal, apenas menos de 60 mil registrados en Migración de un millón o más que conviven entre nosotros, tenemos nuestra cuota de responsabilidad. Comencemos por admitirla y buscar absolución para nosotros mismos. Ya es hora, porque cada día la bola de nieve crece más y más y en cualquier momento pudiera sepultarnos. Y de la parte que nos corresponde, no tienen la culpa ni Obama, ni doña Hillary Clinton, que de seguro en su próximo viaje lo pensará dos veces antes de volver a tocar el mismo tema.
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