Los postulados de Joseph Stiglitz, premio nobel de economía (2001), quien a principios de la década hizo conciencia mundial de que no todo iba bien con la globalización, lucen más vigentes que nunca |
Por Claudia Fernández Lerebours / El Caribe |
Lunes 27 de octubre del 2008 actualizado a las 12:55 AM |
La crisis financiera estadounidense y su manejo, significado en el rescate estatal de setecientos mil millones de dólares, amén de las críticas de que un sistema de regulación débil, asentado en la ideología de fundamentalismo del mercado tuvo mucho de culpa en la caída bancaria, se perfila como el nuevo contexto de replanteo o revisión a la globalización, desde la crisis asiática de 1997.
Aunque George Bush dice que “ahora no es el momento para que las naciones abandonen la política de libre mercado o aprueben cambios que podrían amenazar la libre empresa”, percepciones de que nos hallamos frente a la “muerte de la dictadura de mercado”, como declarara Nicolás Sarkozy o el “fin del liberalismo y demás políticas del Consenso de Washington”, según opinó el vicepresidente dominicano Rafael Alburquerque, son oportunas.
“La mano invisible” de Adam Smith, tan esgrimida por los nuevos fundamentalistas del mercado, no siempre funciona, simplemente porque los mercados no son perfectos ni siquiera –como la crisis estadounidense ha evidenciado en términos descarnados- tratándose de países industrializados.
El mercado no puede ajustarse por sí mismo y funcionar a la perfección frente a la ambición humana, por ejemplo.
En la sacudida actual cuentan las extravagancias personales de muchos ejecutivos de Wall Street amparados en el laissez faire promovido por el actual orden económico mundial.
Tomará tiempo para que la actual debacle sea analizada con la amplitud de componentes que se requiere, en el conjunto de la economía estadounidense, como forma de entender a cabalidad sus causas y efectos, además de las lecciones a asimilar en materia de la ortodoxia económica.
En lo inmediato, la crisis vigoriza el debate de si la globalización, en la forma en que Washington, a través de su hegemonía en organismos como el FMI y/o el Banco Mundial, la ha impuesto a países subdesarrollados, es todavía defendible.
Los postulados de figuras como Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía (2001), quien a principios de la década hizo conciencia mundial de que no todo iba bien con la globalización, lucen más vigentes que nunca, a raíz de la respuesta de factura keynesiana ante la crisis bancaria.
Esa reivindicación del rol del Estado representa la antítesis de la línea económica que las llamadas instituciones financieras de Breton Woods (El FMI y el Banco Mundial) concibieron y aplicaron mundialmente desde los noventa en el llamado Consenso de Washington.
El paquete contemplaba básicamente austeridad fiscal, privatización y libre mercado.
La aplicación de esas reformas, exigidas a los países subdesarrollados bajo criterios muy standarizados y sin gradualidad, y como parte de la condicionalidad para acceder al crédito o la asistencia financiera, derivó en los debatidos efectos negativos de la globalización: pérdida de empleos, más pobreza, crímenes contra el medio ambiente.
Ojalá que de la actual crisis surja una sincera y profunda revisión sobre lo andado, incluyendo más participación para los países pobres en la toma de decisiones que afectan su destino, a nivel del gobierno del FMI.
Claudia Fernández Lerebours es periodista
claudialerebours@hotmail.com
http://www.elcaribecdn.com/articulo_multimedios.aspx?id=190012&guid=8D3D5F4171D640C1818E6FD02CA7A265&Seccion=134
No hay comentarios:
Publicar un comentario