Sogela Semán De Castillo - 12/23/2009
Siento deseos de escribir y de reflexionar sobre este mundo tan convulso en el que estamos viviendo y qué mejor momento que este tiempo de Adviento. Tiempo que nos prepara para la llegada de nuestro Señor Jesucristo.
De Jesús, hijo del Padre, que llegó a este mundo hecho carne, convivió entre los hombres para darnos su amor, para perdonar nuestros pecados, restaurarnos y darnos nueva vida. Jesús vino al mundo a sanar los enfermos, a resucitar los muertos y nos dejó sus sagradas enseñanzas dándonos su vida para que tuviéramos vida y vida en abundancia.
La Navidad que se aproxima ya, es para nosotros los cristianos un tiempo de paz y de amor, tiempo para conmemorar ese nacimiento glorioso que cambió el rumbo del mundo, para celebrar con mucha alegría la llegada de nuestro Redentor, nuestro Señor Jesucristo, el Salvador. Ha de ser un tiempo de verdadera cercanía con Dios y con el prójimo, de comunión. Tiempo propicio para revestirnos del amor divino y perdonar las ofensas, los rencores y las malquerencias, de ser verdadero reflejo de Dios en la tierra.
Es tiempo también de compartir en familia, entre amigos, junto a los seres queridos, pero siempre en alabanza y adoración, dándole el verdadero sentido festivo del nacimiento de Jesús. De Jesús, que es el único capaz de traernos paz, alegría y sosiego verdadero.
Porque nada en este mundo puede llenar más la existencia de un ser humano que el amor y la cercanía con Jesús. Conocer a Jesús es un tesoro invaluable; depender de El y de ponerlo a El en el centro de nuestras vidas es la garantía de ser feliz, porque aún dentro de la tormentas de la vida, el caminar de su santa mano, nos da la paz, el gozo y la fortaleza que necesitamos para no hundirnos ni desmayar, para salir adelante y poder triunfar.
Con los años, lamentablemente, el consumismo ha ido desvirtuando el verdadero sentido cristiano de la Navidad.
Muchas personas incurren en el error de caer en dispendio, en el derroche. Muchas veces movidos por la misma presión social. Es ese afán de dispendio el que hace que esta época no sea celebrada y valorada en su justa dimensión, como la fiesta divina que es.
Vamos pues, en la víspera de esta Navidad, a unir nuestros corazones con el de nuestro prójimo, a ser solidarios con el dolor y las necesidades de los demás; sobre todo, a seguir el mejor ejemplo de humildad que el mismo que Jesús nos dejara. Aquel que naciera en un humilde pesebre, rodeado tan solo del amor de sus seres queridos y de la protección de Dios. ¿Por qué Dios quiso que su unigénito hijo, el Rey y Salvador del mundo llegara de manera sencilla, sin lujos, ni vestiduras de oro? Para enseñarnos a ser mansos y humildes de corazón.
¿La celebración, las fiestas, la algarabía? Si, pero dentro de la más solemne y magnifica recordación. Saquemos el tiempo para honrar a nuestro Dios, para adorarle y dedicarle nuestro tiempo, nuestra vida; para encomendarle nuestros sueños, nuestros planes y anhelos. Pero, sobre todo, para agradecerle su amor y su infinita misericordia.
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