Por Marcos A. Blonda
7 de Nov 2009 12:00 AMEn el verano de 1989 Francis Fukuyama publicó en una revista especializada un ensayo titulado El Fin de la Historia. Recuerdo que discutíamos su tesis en la explanada de la Facultad de Ingeniería de la UASD donde entonces cursaba mis estudios de licenciatura.
De ahí a noviembre del mismo año distan sólo unos pocos meses. En ese mes veíamos cómo se derribaba el Muro de Berlín.
El Muro de Berlín había sido el símbolo de la división entre el Este y el Oeste. Era la frontera más patente de la guerra fría.
El muro y la frontera externa de Alemania del Este eran las murallas detrás de las cuales, a los ojos de occidente se encontraban los bárbaros.
Los escenarios de una posible guerra convencional en Europa incluían a Berlín como elemento importante dentro de las probables hostilidades.
El muro era además, para los alemanes, el símbolo de un país desgarrado por la guerra, una herida permanente que recién empieza a sanar.
El mundo debe ser un mejor lugar, sobre todo para los europeos, después de que se desmontó este infame invento, diseñado para retener a una población que, evidentemente no encontraba satisfacción a sus necesidades en el este.
Ya no esperan ese día, leí una vez que sería un domingo de primavera, cuando los tanques del Pacto de Varsovia cruzarían la frontera hacia Austria, Alemania y desde allí al resto del continente.
Toda una pesadilla diseñada por los analistas militares de la Guerra Fría.
Ese noviembre veíamos sorprendido a las multitudes de alemanes que desmontaban secciones completas de la infame pared, mientras los analistas, teóricos y académicos declaraban la muerte de las ideologías y el advenimiento de un mundo en el cual la democracia liberal sería el sistema al cual se había llegado como peldaño final en el desarrollo histórico de la humanidad.
Esta semana se cumplirán 20 años de aquel noviembre. En esos 20 años el mundo se ha hecho pequeño gracias a las conexiones globales. La aldea de McLuhan es una realidad que se hace cada día más imbricada.
Ya sólo unos pocos países se mantienen como regímenes cerrados y a pesar de ello siempre se encuentra una brecha para comunicarse con el exterior porque la condición natural del ser humano es la libertad.
Marcos A. Blonda es arquitecto
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