Hace pocos días recibí un regalo: un
libro titulado "6 relatos: San Francisco de Macorís, 1931-1961", escrito
por Marino Vinicio Castillo Rodríguez (Vincho). Contiene esta
dedicatoria: "Para Eduardo, mi querido alumno, le va esto porque en gran
modo le concierne".
Tan pronto llegué a mi casa, empecé a leerlo. Sentía curiosidad por esta faceta literaria que desconocía en ese reconocido hombre público, orador inigualable, y excelso penalista. En la medida en que avanzaba en la lectura, fui dándome cuenta de la profundidad y fluidez de los relatos, pero sobre todo de que el narrador sabía hurgar profundamente en la naturaleza humana.
Y yo, aprendiz y ya ducho en emborronar cuartillas, que suelo pasar por encima de las aristas del alma sin haber aprendido a calarlas, asumo que esa obra, 78 páginas, nace del sufrimiento, del tormento interno producido por una lucha intensa del hombre contra su propia sombra.
Y es que el ser humano se arrastra en su andar por el mundo, incitado por sus instintos más primarios, y si alguna vez alcanza la grandeza, es solo porque posee una fuerza interna descomunal que se impone siguiendo la atracción de un poderoso imán genético, o tal vez cultural, que no lo sé, y logra redimirse a sí mismo, y convertirse en instrumento útil de la sociedad.
El primer relato lo marca la figura de un padre visionario, que supo anticipar y anunciar los males que traería la dictadura, y la del hijo que "había sido una leyenda en el medio universitario", que se veía "como un estrella de tanto brillo que ya antes de recibirse de abogado parecía más brillante que su padre", pero al que, sin embargo, se le "enajenaron las ideas, y se hundió en el vicio."
Ahí aparece Manuela, una prima situada entre la santería y la santidad, que lo cura de sus heridas untándole mentolato, y contribuye con su fe a la aparición de una visión: la mujer vestida de blanco, cuyo rostro nunca llega a conocer, y que hace el milagro de sanarlo.
Una madrugada, Manuela descubre en su alcoba a un joven ladrón, quién, cuchillo en mano, la conmina a entregarle lo que tenga de valor. Ella le señala la mesita de noche de tres patas y el envase que contiene el mentolato, y le dice: "-Úntatelo, y vete a trabajar, hijo."
Azorada por la juventud del mozuelo, Manuela le pregunta que "hasta cuando seguirá siendo esto así." Y surge este diálogo:
"-Oiga vieja, todavía no es nada. Deje que comiencen los niños a matar. ¡Cuando ese tiempo llegue, asústese, señora.
-Y quién te puso en eso: ¿Fueron los ricos? ¿Fueron los políticos? ¿Fueron los economistas?", inquiere Manuela.
Y la respuesta es esta: "-Son la misma cosa. No tienen piedad y en eso se parecen. Los primeros saben y no dicen lo que saben, los segundos no saben y dicen que saben, y los últimos, que son los peores, matan con lo que saben."
Y yo, me atrevería a puntualizar, que los que saben y dicen que no saben, que son los ricos, matan con su egoísmo y avaricia; los que no saben y dicen que saben, que son los políticos, matan con su osadía y ambición; y los economistas no matan con lo que saben, sino con lo que no saben, que es todo lo que saben. ¡Suerte la mía que economista como soy, aún no he matado a nadie, siendo como es que apenas se si de algo supe alguna vez, y ahora, perplejo y atolondrado, ni siquiera sé si se!
En el cuarto relato se habla de Marcelino, un alcalde pedáneo, que cae preso injustamente y es salvado de la muerte por un oficial que intercede por él. Marcelino le dice a su mujer: "-Pancha, roguemos al señor que le de paz eterna al hombre que me salvó, que al final murió a tiros en la calle por la libertad de este pueblo. Desde que me ayudó parece que era un rebelde a pesar de ser parte de la fuerza."
Ese es, de nuevo, el tema que atormenta al autor, el de la redención del ser humano mediante la sublimación a través de sus actos.
El sexto relato es hermoso. Trata del abogado sumergido en la defensa de un caso, y del juez que escucha impávido e insensible sus argumentos, y dicta una sentencia tan frívola e injusta que termina llevando el luto a la familia del acusado.
Ocurre que, tiempo después, un hijo del juez comete un desfalco que lo avergüenza. Destrozado, el magistrado llama al abogado y se desahoga diciéndole: "-La caridad que no tuve para las mentas robadas, ahora innoblemente la pretendo para mi hijo. "Y le solicita que le gestione el perdón ante la madre del hijo al que había condenado.
Concluye el relato con esto: "-Para el abogado resultó indeleble la lección. No se separó jamás de la compasión y quedó decidido por los pobres de la tierra."
Esta obra de Vincho, rebosa de joyas del alma. Al comentarla hago homenaje a su humanidad, con gratitud eterna. También yo siento el tormento de profundas raíces que estoy llamado a honrar, siendo imperfecto y pequeño como soy, al lado de alguien ya tan grande como es él. Gracias, maestro.
edogarmi.fullblog.com.ar
http://diariolibre.com.do/opinion/2012/05/29/i338058_los-seis-relatos-vincho.html
Tan pronto llegué a mi casa, empecé a leerlo. Sentía curiosidad por esta faceta literaria que desconocía en ese reconocido hombre público, orador inigualable, y excelso penalista. En la medida en que avanzaba en la lectura, fui dándome cuenta de la profundidad y fluidez de los relatos, pero sobre todo de que el narrador sabía hurgar profundamente en la naturaleza humana.
Y yo, aprendiz y ya ducho en emborronar cuartillas, que suelo pasar por encima de las aristas del alma sin haber aprendido a calarlas, asumo que esa obra, 78 páginas, nace del sufrimiento, del tormento interno producido por una lucha intensa del hombre contra su propia sombra.
Y es que el ser humano se arrastra en su andar por el mundo, incitado por sus instintos más primarios, y si alguna vez alcanza la grandeza, es solo porque posee una fuerza interna descomunal que se impone siguiendo la atracción de un poderoso imán genético, o tal vez cultural, que no lo sé, y logra redimirse a sí mismo, y convertirse en instrumento útil de la sociedad.
El primer relato lo marca la figura de un padre visionario, que supo anticipar y anunciar los males que traería la dictadura, y la del hijo que "había sido una leyenda en el medio universitario", que se veía "como un estrella de tanto brillo que ya antes de recibirse de abogado parecía más brillante que su padre", pero al que, sin embargo, se le "enajenaron las ideas, y se hundió en el vicio."
Ahí aparece Manuela, una prima situada entre la santería y la santidad, que lo cura de sus heridas untándole mentolato, y contribuye con su fe a la aparición de una visión: la mujer vestida de blanco, cuyo rostro nunca llega a conocer, y que hace el milagro de sanarlo.
Una madrugada, Manuela descubre en su alcoba a un joven ladrón, quién, cuchillo en mano, la conmina a entregarle lo que tenga de valor. Ella le señala la mesita de noche de tres patas y el envase que contiene el mentolato, y le dice: "-Úntatelo, y vete a trabajar, hijo."
Azorada por la juventud del mozuelo, Manuela le pregunta que "hasta cuando seguirá siendo esto así." Y surge este diálogo:
"-Oiga vieja, todavía no es nada. Deje que comiencen los niños a matar. ¡Cuando ese tiempo llegue, asústese, señora.
-Y quién te puso en eso: ¿Fueron los ricos? ¿Fueron los políticos? ¿Fueron los economistas?", inquiere Manuela.
Y la respuesta es esta: "-Son la misma cosa. No tienen piedad y en eso se parecen. Los primeros saben y no dicen lo que saben, los segundos no saben y dicen que saben, y los últimos, que son los peores, matan con lo que saben."
Y yo, me atrevería a puntualizar, que los que saben y dicen que no saben, que son los ricos, matan con su egoísmo y avaricia; los que no saben y dicen que saben, que son los políticos, matan con su osadía y ambición; y los economistas no matan con lo que saben, sino con lo que no saben, que es todo lo que saben. ¡Suerte la mía que economista como soy, aún no he matado a nadie, siendo como es que apenas se si de algo supe alguna vez, y ahora, perplejo y atolondrado, ni siquiera sé si se!
En el cuarto relato se habla de Marcelino, un alcalde pedáneo, que cae preso injustamente y es salvado de la muerte por un oficial que intercede por él. Marcelino le dice a su mujer: "-Pancha, roguemos al señor que le de paz eterna al hombre que me salvó, que al final murió a tiros en la calle por la libertad de este pueblo. Desde que me ayudó parece que era un rebelde a pesar de ser parte de la fuerza."
Ese es, de nuevo, el tema que atormenta al autor, el de la redención del ser humano mediante la sublimación a través de sus actos.
El sexto relato es hermoso. Trata del abogado sumergido en la defensa de un caso, y del juez que escucha impávido e insensible sus argumentos, y dicta una sentencia tan frívola e injusta que termina llevando el luto a la familia del acusado.
Ocurre que, tiempo después, un hijo del juez comete un desfalco que lo avergüenza. Destrozado, el magistrado llama al abogado y se desahoga diciéndole: "-La caridad que no tuve para las mentas robadas, ahora innoblemente la pretendo para mi hijo. "Y le solicita que le gestione el perdón ante la madre del hijo al que había condenado.
Concluye el relato con esto: "-Para el abogado resultó indeleble la lección. No se separó jamás de la compasión y quedó decidido por los pobres de la tierra."
Esta obra de Vincho, rebosa de joyas del alma. Al comentarla hago homenaje a su humanidad, con gratitud eterna. También yo siento el tormento de profundas raíces que estoy llamado a honrar, siendo imperfecto y pequeño como soy, al lado de alguien ya tan grande como es él. Gracias, maestro.
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