El doctor Joaquín Balaguer conocía a profundidad la idiosincrasia dominicana, esto lo confirma tanto su dilatada presencia en la vida política, como en su producción intelectual en libros y en discursos políticos y académicos.
Como ejemplo destacamos su estudio sobre la poesía de Juan Antonio Alix, subtitulado “intérprete del alma popular”, conferencia dictada en los salones de la sociedad literaria “Amantes de la luz”, en Santiago de los Caballeros, el cual es, sin dudas, un tratado de sociología dominicana. Allí afirma el autor que para conocer los principios que rigieron la conducta nacional entre los años 1833 al 1917 y: “…hurgar en el alma de aquel tiempo para saber cómo pensaron y cómo sintieron los hombres que fueron contemporáneos suyos; cómo ama y cómo reacciona ante cada cambio o ante cada revés de la vida el alma dominicana; cómo actúan y cómo se expresan nuestras clases rurales; cuál fue la moral política que imperó en el país hasta hace algunos años; qué sistemas pusieron en ejecución las autoridades que han tiranizado la República para prolongar su despotismo y para oprimir la libertad ciudadana; qué ideas y qué sentimientos han agitado, en fin, la sociedad nacional…”, debemos adentrarnos en la obra del poeta cibaeño. (Discursos: Temas Históricos y Literarios, 1973, página 133).
De igual manera en “Los Carpinteros” (1984), novela histórica –o tal vez historia novelada- muestra su conocimiento de los usos, costumbres y creencias nacionales al través de nuestra historia, tanto la documentada y formal como la anecdótica y oral, describiendo el período comprendido entre los años de 1867 a 1911.
Aquí describe no solo nuestro imaginario popular y creencias, sino también que pasan, como en un fresco pintado con mano diestra, muchos de los personajes que pueblan nuestra fauna política. Como ejemplo de las creencias campesina incluye hasta la ciguapa, ave de mal agüero capaz de entrar en horas de la noche en las casas y llevarse entre sus garras a los niños sin hacer ruido ni dejar rastro de ello. Así como la creencia en los Bacás, los luases, los Papa Bocois y los sueños, principalmente en las provincias fronterizas con el vecino Haití. O que los hombres pueden estar “untaos”, como el presidente Lilis, para que no le entren las balas.
Cuando aborda nuestros hábitos alimenticios y laborales dice que nuestra frugalidad, falta de dedicación al trabajo, así como la natural inclinación a las aventuras románticas, al chisme y a emplear gran parte de nuestro tiempo “en atrios y sacristías”, provienen de costumbres coloniales que se originan en la esclavitud benigna aplicada en el país, donde la pobreza hizo que el amo y el esclavo compartieran “por igual los sinsabores de la escasez”.
También el carácter rectilíneo y la reciedumbre moral de nuestros campesinos, como cuando con “gesto dramático” juran con un pelo de bigote como garantía de compromiso, o cuando, en sentido contrario, en hombres de fortaleza moral la adulación y el halago de los “vividores”, minan su pudor y llegan a convertirse en “señores de horca y cuchillo” embriagados de poder: “Si quieres saber quién es Mundito. Dale un mandito”.
Sobre el exceso de humor del capitaleño, el cual se “burla hasta de la Madre de Dios”, lo heredamos del “colonizador español, que se habituó a burlarse de sus malos dirigentes bautizándolos con motes ridículos”.
Encontramos por igual al funcionario que da sus servicios a varios gobiernos, aun sean éstos antagónicos, al cual se le bautiza con el apodo de “El Corcho”, por que “siempre flota, insumergible, en todas las administraciones”. Mismos que llenan nuestra historia pasada y presente.
http://www.elnacional.com.do/semana/2009/9/5/25805/Lo-dominicano-en-Los-Capinteros-de-Balaguer
Como ejemplo destacamos su estudio sobre la poesía de Juan Antonio Alix, subtitulado “intérprete del alma popular”, conferencia dictada en los salones de la sociedad literaria “Amantes de la luz”, en Santiago de los Caballeros, el cual es, sin dudas, un tratado de sociología dominicana. Allí afirma el autor que para conocer los principios que rigieron la conducta nacional entre los años 1833 al 1917 y: “…hurgar en el alma de aquel tiempo para saber cómo pensaron y cómo sintieron los hombres que fueron contemporáneos suyos; cómo ama y cómo reacciona ante cada cambio o ante cada revés de la vida el alma dominicana; cómo actúan y cómo se expresan nuestras clases rurales; cuál fue la moral política que imperó en el país hasta hace algunos años; qué sistemas pusieron en ejecución las autoridades que han tiranizado la República para prolongar su despotismo y para oprimir la libertad ciudadana; qué ideas y qué sentimientos han agitado, en fin, la sociedad nacional…”, debemos adentrarnos en la obra del poeta cibaeño. (Discursos: Temas Históricos y Literarios, 1973, página 133).
De igual manera en “Los Carpinteros” (1984), novela histórica –o tal vez historia novelada- muestra su conocimiento de los usos, costumbres y creencias nacionales al través de nuestra historia, tanto la documentada y formal como la anecdótica y oral, describiendo el período comprendido entre los años de 1867 a 1911.
Aquí describe no solo nuestro imaginario popular y creencias, sino también que pasan, como en un fresco pintado con mano diestra, muchos de los personajes que pueblan nuestra fauna política. Como ejemplo de las creencias campesina incluye hasta la ciguapa, ave de mal agüero capaz de entrar en horas de la noche en las casas y llevarse entre sus garras a los niños sin hacer ruido ni dejar rastro de ello. Así como la creencia en los Bacás, los luases, los Papa Bocois y los sueños, principalmente en las provincias fronterizas con el vecino Haití. O que los hombres pueden estar “untaos”, como el presidente Lilis, para que no le entren las balas.
Cuando aborda nuestros hábitos alimenticios y laborales dice que nuestra frugalidad, falta de dedicación al trabajo, así como la natural inclinación a las aventuras románticas, al chisme y a emplear gran parte de nuestro tiempo “en atrios y sacristías”, provienen de costumbres coloniales que se originan en la esclavitud benigna aplicada en el país, donde la pobreza hizo que el amo y el esclavo compartieran “por igual los sinsabores de la escasez”.
También el carácter rectilíneo y la reciedumbre moral de nuestros campesinos, como cuando con “gesto dramático” juran con un pelo de bigote como garantía de compromiso, o cuando, en sentido contrario, en hombres de fortaleza moral la adulación y el halago de los “vividores”, minan su pudor y llegan a convertirse en “señores de horca y cuchillo” embriagados de poder: “Si quieres saber quién es Mundito. Dale un mandito”.
Sobre el exceso de humor del capitaleño, el cual se “burla hasta de la Madre de Dios”, lo heredamos del “colonizador español, que se habituó a burlarse de sus malos dirigentes bautizándolos con motes ridículos”.
Encontramos por igual al funcionario que da sus servicios a varios gobiernos, aun sean éstos antagónicos, al cual se le bautiza con el apodo de “El Corcho”, por que “siempre flota, insumergible, en todas las administraciones”. Mismos que llenan nuestra historia pasada y presente.
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