viernes, 20 de agosto de 2010

¿Alegría o pesar en el cadalso?

Marino Vinicio Castillo R.
Santo Domingo

La compleja cuestión de la criminalidad, en cualquier medio social dado, es una tarea de muy difícil cumplimiento.

Son tantas sus vertientes que resulta bien complicado intentar, no sólo su contención y reducción, sino también hacer el propio diagnóstico, global y previo, que ha de servirle de marco-guía a las tan necesarias directrices estratégicas de una buena Política Criminal.

Con frecuencia se advierte que es del litoral de lo socioeconómico de donde provienen las posiciones académicas más escépticas y renuentes ante las políticas anticrimen de la sociedad organizada.

A ésta se le enrostra que aquel submundo de los móviles y hechos delictivos son, en gran modo, su obra; que ha sido la dura exclusión social y las iniquidades en la oportunidad y el acceso al conocimiento y las destrezas útiles de los rezagados, lo que los ha sumido en la fatalidad de ser escoria flotante y agresiva.

Así se conturba la paz que tanto procura y reclama la sociedad mediante su rígido método del orden. Se dice de éste que cuanto más bien establecido esté, más injusto resulta.

La criminología crítica ha tenido que librar verdaderas batallas para recomendar normatividad efectiva y eficiente.

Le han salido al paso las protestas y la resistencia de la sociología política con su inarriable bandera de Libertad, Democracia, Estado de Derecho y de derechos, como bienes jurídicos fundamentales. Estos han sido sacralizados y se comparten como conquista entre individuo y sociedad.

Conquistas que se autorefieren como los insumos esenciales de la historia.

Las controversias han sido incesantes y ríspidas. El duelo entre constitucionalismo garantista y legalismo no parece agotarse.

El garantismo liberal del constitucionalismo reta yconfronta al eficientismo de las leyes adjetivas, que le podrían servir de armazón a toda política criminal, sin que se tenga que alegar el caos como teoría verosímil.

El vade-retro del individuo frente a los posibles abusos de su colectividad invocando inútilmente lo que significa el interés general, ha suscitado una especie de prestigio sobreasegurado para quien lo invoca. En cambio, las voces que señalan los peligros promiscuos que vienen acarreando las nociones más dominantes del mundo actual, postmodernidad, globalización, consumismo, mercado, neoliberalismo, se enfrentan a un verdadero blindaje de éstas cuando pretenden levantar el alerta social de la disolución.

El autor del crimen de hoy es un personaje atractivo, no repugnante. Sus víctimas cuentan poco.

En nuestra sociedad habría la necesidad de buscar en los mejores centros de estudios existentes recursos intelectuales y académicos de excepción, para que podamos alcanzar una visión siquiera aproximada de cuanto ocurre.

No lejos de ese orden de ideas, cuento con dos experiencias que quizá noparezcan tener hoy que ver con la médula del trastorno, pero que podrían ayudar a comprender mejor algunas de mis posiciones.

Hubo un tiempo político en el que llegué a sugerir una especie de método, quizá muy empírico, para determinar los peligros sociopolíticos y sociocriminológicos que podrían sobrevenir en el supuesto de que una organización política muy importante del país alcanzara el poder. Llegué a proponer la realización de encuestas discretas en la población penitenciaria, especialmente en la muy creciente originada en las operaciones judiciales que merecía el narcotráfico de entonces, para con ello establecer las simpatías y las predilecciones del seguimiento político de aquel submundo.

Sostuve que el 90% de implicados en expedientes de drogas tenían una filiación política conocida y que esto podría asegurarnos que, a la postre, una vez llegaren horas de poder, se desbridarían muchas potencias criminosas que estaban aposentándose en el medio nacional.

Mucha gente sintió curiosidad, así como otros despreciaron la fórmula propuestaconsiderándola hija de la pasión y de la intemperancia de la lucha política.

Recuerdo haber defendido mis posiciones en forma ardorosa y de todas las maneras que utilicé, para ello hubo una expresión que todavía conservo y que llegó a ser bastante debatida: “No todos los miembros de esa organización son narcotraficantes, pero, casi todos los narcotraficantes son de esa organización”.

Ha pasado el tiempo y confieso que el asunto se desbridó tanto y la infiltración ha sido tan poderosa, que ya hoy no es posible usar esa fórmula en forma parcial y discriminatoria. En efecto, desde hace mucho tiempo he estado advirtiendo que el narcotráfico ha estado terciando en las luchas de poder político, que ha infectado a todas las organizaciones mayores, que son las que han sido poder, son poder y pueden volver a ser poder.

Esto lo cito solo como una especie de cabestrillo de mis posiciones, tan confirmadas y desbordadas por los hechos que yo advirtiera que sobrevendrían.

En ese mismo sentido, casi en paralela con el anterior, aunque con afinidades, me permito hoy comentaralgo que me ha venido a reafirmar algunos recelos y presentimientos que en los últimos tiempos he venido experimentando, como un resultado directo de mi trato con gente de mucha experiencia y de actuaciones hazañosas en el campo de la lucha antidroga a escala mundial.

Lo he citado varias veces pero hoy lo quiero hacer, más que como un recordatorio, como una advertencia: En una oportunidad un jefe de policía muy importante de Sudamérica, a fines del pasado siglo, me dijo en una conversación profunda que sostuviéramos: – “Fíjese, doctor, le voy a dar esto como una pequeña regla de oro para que se oriente en los tratos con las complejas investigaciones que conlleva la lucha contra el narcotráfico; éste, como fenómeno criminal complejo, de trama transnacional, continua y prolongada, identifica lo que ellos han llamado en su argot ‘el territorio apache’, que significa leyes severas y jurisdicciones justas, pero rígidas”.

“Así mismo, ellos tienen métodos para operar que van acompañados de procesos sutiles de simulación y de engañosa hipocresía. Por ejemplo, en los allanamien-tos y hallazgos de alijos, cuando son sorprendidos y detenidos, invariablemente alegan la existencia de más bienes y joyas, etc., que las que figuran o puedan figurar en las actas levantadas por la autoridad. Su objetivo es claro: infamar a ésta y quitarle méritos a la operación, aunque le confieso que ha habido tantas experiencias de deslealtad de agentes actuantes que han hecho posible ese método de degradación de la autoridad utilizado por el narcotráfico”.

“Quiero decirle, doctor, además, que el narco jamás hostiliza al oficial o los oficiales de la autoridad que le resultan cómodos y gratos, bien por complicidad, ora por miedo, o por la razón que fuera. Su propósito se centra en hacer saltar, matar si se puede, física o moralmente, a todo oficial incómodo que no sienta temor ni reciba tónicas desde otros litorales de poder, ni de planos jerárquicos en la Institución”.

Esas recomendaciones, que las he repetido muchas veces por televisión, culminaron con una advertencia bien simpática, cuando me dijo: -“Y le voy a decir algo interesante, sólo hay que tener a alguien en el presidio en capacidad de apreciar y medir la alegría de aquellos reclusos que correspondan a expedientes criminales de gran calado; si hay brindis y felicitaciones por los que se van o por los que vienen, será una cuestión a determinar; pero, también si hay tristeza, es porque temen que se le pueda complicar la investigación y no la puedan sofocar o dominar”.

He pensado en todo esto último porque recuerdo haberle dicho a aquel legendario oficial de policía sudamericano: “¿A eso le podríamos llamar ‘la alegría o el pesar del cadalso’?” Y me respondió: “No le quepa duda”.

No sé, pero, los tiempos están tan borrosos que hay que tener el candil a la mano, por modesto que sea.

http://www2.listindiario.com/puntos-de-vista/2010/8/19/155454/Alegria-o-pesar-en-el-cadalso

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