Con apenas horas de los recién pasados comicios congresuales y municipales, el PRD inundó los medios de comunicación con sus normales denuncias de fraude (¿Para consumo de quien?). Recordemos que pasado el proceso electoral presidencial del 2008, este partido encabezado por su candidato presidencial, denunció aquel proceso como fraudulento y declaró al presidente Fernández ilegitimo aduciendo que había comprado el triunfo obtenido con una gran ventaja porcentual; muy poco tiempo después, el mismo personaje denunciante de este “fraude colosal”, se sentaba con su denunciado presidente fraudulento a firmar un pacto que se revertía en ventajas políticas de su organización.
En el 2004, según los voceros del partido Blanco, tampoco la coalición encabezada por el PLD le ganó a la incapacidad del poder reeleccionista del momento, la verdad de ellos es que Leonel Fernández el candidato opositor en aquel entonces, compró todo el poder mediático, para confundir al ingenuo pueblo que no sufría los estragos de una debacle económica, pero además el abogado de Villa Juana a quien describían como económicamente superpoderoso, compró (según sus adversarios) todas las divisas extranjeras para conseguir que el dólar se remontara al 60 por 1. ¡Que capacidad de imaginación degenerada!
Lo atípico de la alharaca que esta sobre el tapete, es que mientras el equipo de trabajo de Miguel Vargas grita ¡fraude!, una veintena de dirigentes del mismo nivel de otras facciones partido dicen que fueron derrotados vergonzosamente; pero pese a esto, la actual dirección del PRD decide ponerse en ridículo y con ellos al país, acudiendo a los organismos internacionales a denunciar un fraude que ellos se han inventado para justificar los desastrosos resultados de su gestión política.
Las denuncias a todos los niveles que se hagan, son para consumo de la apasionada, aguerrida e ingenua militancia perredeísta, que para no ser complacida entregándole las cabezas de los culpables de su fracaso, se le lleva a batallas inútiles, donde puedan quemar sus salsas y extenuarse hasta calmar las rabietas de la derrota.
Autor: Máximo Sánchez
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