¿Qué trajimos, además de las flores, en la sencilla ofrenda de aquel día?
¿Qué nos motivaba? ¿Cuáles eran los alcances reales del compromiso que asumíamos bajo juramento?
Primero, sobre todas las cosas, enarbolar como bandera inarriable lealtad a las causas nacionales. Trajimos sueños, decisiones y, en verdad, cuando nos toca volver cada año, sentimos que podemos levantar la mirada y verles fijamente, confiados en que ese mármol en que se vaciara la gratitud nacional para perpetuarles, no sabrá sonrojarse ni fruncirse sus ceños, como lo suelen hacer las estatuas de los predestinados a la gloria, cuando las ofenden las traiciones y decepciones de aquellos que han tenido la patria como pretexto para sus sórdidos provechos y mantienen la audacia de venir a rendir tributo a sus pies, conscientes de sus ofensas a su sagrada memoria.
Nosotros nos hemos esforzado por ser serios y consecuentes con nuestros Nos ha dolido siempre el dolor nacional, la tragedia de sus vastas legiones de desamparados, desorientados crecientemente por la demagogia y el clientelismo político.
Hemos sido fuertes y altivos en las tribulaciones del pueblo, tratando permanentemente de estar muy cerca de sus desgracias y carencias en procura de ayudar a resistirlas.
Hemos participado en las graves vicisitudes de las incomprensiones y los violentos ademanes que las peores ambiciones le han sabido imponer desde los avatares del poder político más peligroso, cada vez más inerte y torpe ante la suerte nacional.
Hemos querido ser siempre combativos, aunque modestos, y nos hemos comportado con la energía de los verdaderos comprometidos: hemos sabido estar al lado, respetuosamente, humildemente, de los lideratos políticos mayores y mejores porque tuvieron siempre un limpio e invicto patriotismo que constituía suprema garantía de la conservación de la patria como sueño.
Nos hemos enredado decididamente contra los atrevimientos vejaminosos del crimen y el desorden, frente a los cuales hemos reaccionado con entrega y Nuestra intransigencia ante las injusticias sociales, las inicuas exclusiones de los rezagados, jamás la hemos puesto en reposo y no hemos caído en complicidades con actos y gestos comprometedores de nuestra independencia y soberanía, con nada que pudiera vulnerar y perforar la integridad de nuestros servicios.
En fin, Padres amadísimos, comparecemos seguros de que no hemos desertado de nuestros deberes esenciales para trabajar a favor de los valores más altos y para llevar a nuestra nación a términos promisorios más auspiciosos de felicidad y justicia, buscando afanosamente en convertirla una nación respetable en marcha incesante y segura hacia la democracia, la libertad y el estado de derecho.
Dijimos, y lo hemos cumplido, que seríamos una fuerza vital de testimonio y no hemos cejado en nuestros empeños desde la roca fuerte de nuestras convicciones para mantener serias y activas todas las alertas de naufragio nacional, en medio de las tormentas recrecidas de la codicia, el saqueo y los demenciales propósitos del vicio y el crimen, sobre todo, en estos tiempos de aciagos trastornos de una droga disolvente y retadora de todo propósito de
No pretendimos desde el principio alardear de ser fuerza política grande.
Nuestra obsesión fue la de ser fuerza moral reconocida.
Al contrario, predicamos que mientras menos numerosos fuéramos, más podríamos contar con la fuerza necesaria para abogar por las grandes mayorías carenciadas y desatendidas de siempre.
La Fuerza Nacional Progresista ha sido un verdadero núcleo articulado de la nación que ha querido ser de algún modo atalaya o promontorio suficiente para, sin dejar de animar hacia el progreso, advertir crucialmente de los No hemos fallado, amadísimos Padres de la Patria, pero no ha de ser el día de hoy propicio para ingenuas satisfacciones de deberes cumplidos.
Es hora diferente, de mayor lucha, porque son continúas y crecientes las amenazas; estamos bajo ataque multiforme y no hay tiempo para detenerse a declamar autoestima. Nos toca aumentar nuestras determinaciones de lucha.
¿Cómo hacerlo en este momento?
Mi propósito es claro, así se lo he participado a mis jóvenes compañeros. Mi decisión es simple en todo caso: mantener como brújula inalterable de nuestro accionar el interés superior de la nación y no es el caso de ningún convite malicioso de ventajas, ajenas y reñidas con la conveniencia de la República.
Rehusarnos a contribuir con todo aquello inseguro y poco confiable en la obra de defensa de las causas. Podemos hacerlo con honor, porque nunca hemos silenciado nuestras verdades acerca de esas cosas y si bien hemos sabido estar junto a otra formación política mayor, no hemos tenido actitudes parasitarias.
Nuestra participación solidaria ha sido posible porque ellos han estado en mejor situación para encabezar los esfuerzos en procura de hacer lo que hemos creído justo y bueno para el pueblo nuestro.
En el tiempo de fundación nos guiaba intensamente la sed de justicia social para los del campo. Nuestro símbolo ha sido en verdad un hombre con un arado, porque era una manera de marcarle a nuestro énfasis una apasionada predilección por velar por las necesidades de los sumergidos en el abandono y la indiferencia de los poderes políticos y fácticos que han sabido obrar con desinterés genocida, malogrando sus oportunidades de progreso.
Los han querido utilizar como ciudadanos políticos para el voto, pero no los han querido erigir en ciudadanos económicos para el progreso de la patria.
Al contrario, en muchos de esos sectores han aparecido viles manifestaciones de desprecio acerca de sus aptitudes y de su connotación
Nos comprometimos y permanecemos comprometidos en representar esos campesinos. Jamás mi voz se ha callado abogando por la superación de su amargo infortunio, al que se le mantiene pegado con ese alfiler del desprecio.
Cuando las leyes de la República sirvieron de memoria para rescatarles de su pobreza impenitente, ahí estaba la Fuerza Nacional Progresista, representada de manera simbólica y anticipada por la participación de vanguardia en aquel programa social agrario tan estupendo en sus altos fines, como trágico en su contención malogradota.
Cuando la corrupción política se hizo escandalosamente más ostensible, allí cumplió la Fuerza Nacional Progresista en forma anticipada y subliminal porque apareció la severidad de nuestro índice acusatorio, hasta llegar a niveles de imputación y juzgamiento jamás vistos, que fueran finalmente liquidados por la trapacería de un gobierno cómplice que vendría a multiplicar los niveles de corrupción, así como la complicidad mayor que terminó por otorgarle al crimen organizado una especie de mini-paraíso.
Ya estaba nuestra presencia haciéndose sentir y optamos por ayudar a hacer la composición política de un poder de síntesis, buscando la confluencia de los dos lideratos mayores del pasado siglo de patriotismo y de limpieza moral indisputables.
Ellos convergieron en un Frente Patriótico, capaz de lidiar con amenazas gravísimas a nuestra soberanía, que ya no se expresaba al través de la violencia de las cañoneras y la fuerza física, pero pretendía alojarse en el palio humanitario de la ONU y del asilo territorial con la creación de 19 campos de refugiados provenientes del penoso e insomne desastre de nuestro vecino Estado.
Ahora los peligros permanecen y estamos considerablemente sobresaltados. Hemos estado, en fin, en todos los escenarios sensitivos donde han sido útil nuestra presencia, nuestras ideas, nuestros riesgos, con la clara e inequívoca consigna de servir.
Juan Bosch y Joaquín Balaguer, en hemisferios diferentes de la patria y en sentidos diversos, fueron ejes cruciales de la mitad del pasado siglo.
Uno, hombre de Estado total, a quien conocí en medio de los azarosos tiempos en que moría el despotismo y nacían las libertades.
Le ví muy de cerca en el asedio de crisis monumentales, con posiciones personales indefendibles, anti-históricas, según parecían, pero profundas convicciones de cambio y de progreso, sobre todo, con preocupaciones mortales frente a las posibilidades del caos, la guerra, la del otro, Juan Bosch, el maestro, rector moral, guía sublime de juventudes, que encarnara los valores más limpios y altos de la democracia y que llegara a afirmar en sus manos no perecería la libertad, una vez el querer popular le había hecho Presidente de la República. Sobrevinieron las tragedias, el golpe de estado, la guerra civil, la intervención extranjera, un desastre absoluto y rotundo.
En esas circunstancias tan dramáticas reaccionamos bien y se admite que la participación del fundador de la Fuerza Nacional Progresista, cuando esta no estaba ni siquiera presentida, se involucró en acciones importantes. En la vida nacional tan oscurecida no nos rendimos ni nos envilecimos; en la vida nacional tan violentada por acontecimientos tan tristes, conservamos suficiente fuerza de espíritu para buscar la manera de organizar salidas de aquellos infortunios.
Resistimos vigorosamente el facto: supimos oponer planes y acciones tratando de revocarle y es más, en aquel trance advertimos en los niveles adecuados que intentar la reposición en el ’65, de la Constitución sin elecciones, lo mismo que nosotros habíamos intentado reponer el 30 de octubre del ’63, tan solo días después de haber sido desconocida, nos expondría al mal mayor de la pérdida de la soberanía. Como nos ha ocurrido y nos ha seguido ocurriendo, de igual modo no se nos oyó. No fuimos comprendidos, pero, no desnaturalizamos la integridad de nuestros criterios acerca del bien nacional.
Surgió la tragedia de la violencia generalizada y se ha ido haciendo crónico y más malvado el escenario apropiado para que se abran paso los peores desvalores: la corrupción, la droga, el crimen organizado. Y en ese tremedal Padres amadísimos de la Patria, tened la seguridad de que insistiremos en seguir sirviendo, en la forma en que hemos creído hacerlo, sin temerle, en consecuencia, a que se frunzan sus ceños y se sonrojen los mármoles de vuestras estatuas.
En una oportunidad no muy lejana, algunos amigos y conocidos me preguntaron:
¿Porqué usted habló tan duramente, en forma tal que pareció como un discurso de oposición política a un gobierno de coalición en la cual usted participa? Y yo les respondí algo que quiero usar como sello final de estas palabras:
Este es el único lugar de la República, en que se puede mentir, pero no se debe mentir.
Muchas Gracias.
Santo Domingo, D.N.
6 de Julio, 2010.
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