lunes, 23 de marzo de 2009

Narcotráfico y política.

POR MAXIMO SANCHEZ*
EL AUTOR es político. Reside en Raleigh, Estados Unidos.


El narcotráfico es una actividad criminal, más no lo es porque aparezca proscrita en los códigos legales de los estados modernos. Lo es, por los resultados que su práctica arroja sobre la humanidad. Si partimos del orden individual del simple adicto, nos topamos con una desgracia familiar de un individuo que se arruina a sí mismo y que con su enfermedad arrastra su familia y a sus relacionados cercanos.

Cuando un drogadicto no tiene medios para costear su vicio comienza su carrera delincuencial, que puede iniciarse en el hogar con sus familiares, o ya en la calle por las diferentes limitantes de su casa. Este subproducto social comenzará en algún punto de su desdichado destino su carrera de violencia, la cual pasará a ser un componente importante en el proceso de descomposición que acusan nuestros países.

El lado lucrativo de esta actividad es la otra cara de la fábrica de violencia demencial que por criminal no deja de ser lógica en sociedades donde se han perdido los valores humanos y morales, donde los niveles de corrupción en los diferentes estamentos han cambiado el significado de la búsqueda individual de los fines a los que los seres humanos responden por naturaleza: realizaciones propias y felicidad individual.

Cuando en un país un número importante de sus actores entra en frustración en su carrera por conseguir los fines antes señalados, esos actores abandonarán los medios éticos que este le permite, para tratar de alcanzarlos rompiendo las barreras morales y legales que han sido establecidas como reglas y costumbres. Sin pensar en jugar ni remotamente el papel de confusión en su sicosis trágica del personaje central de Crimen y castigo, la obra de Feodor Dostoievski, debemos estar siempre del lado de quienes combaten la delincuencia, sin dejar de explicarnos las causas de la misma.

Los fabulosos dividendos producidos por el narcotráfico, deslumbran a cualquier funcionario en cualquier país del mundo, cuyo accionar no este timbrado por el amor al servicio a los demás (político en este caso), o por una vocación profesional honesta y bien definida. Sin caer en confundir el ejercicio ético de un estado con un puritanismo ilusorio (generalmente proyectado por los opositores antes acceder al poder), todos los pueblos deberían aspirar a que la cabeza de sus gobiernos estén sobre los hombros de personas moralmente comprometidas con la decencia, no en la de buscadores de oportunidades, para que no se originen conflictos de intereses una vez se divisen en la acera contraria de las leyes y a las buenas costumbres esas pomposas, deshonestas y ensangrentadas fortunas.

En Europa hay países que han liberalizado el consumo de narcóticos y persiguen el tráfico, no tenemos un conocimiento pormenorizado de los resultados internos de esas políticas, pero a simple vista parecería que se busca multiplicar el parasitismo idiotizado que esto produce en las masas. Estados Unidos de Norteamérica como nación vive altamente preocupado por el consumo y tráfico de narco-productos, a tal punto que comentaristas de prensa, al tratar el problema de la inseguridad ciudadana, comparan la situación de sectores de algunas grandes ciudades, con lo que sucede en las noches de Bagdad (la capital del Iraq en guerra).

El problema hace tiempo ha tocado las puertas de las academias y ha ocupado las mentes de los estudiosos sociales, economistas y políticos. En la semana que acaba de transcurrir todos los televidentes interesados en programas de información y opinión, pudieron asistir al diálogo entre el periodista Wolf Blitzer conductor del programa The situation room, (Lla sala de la situación) de la cadena CNN, con un economista de la dirección de la Escuela de Economía de la Universidad de Harvard. Lo que allí vimos no tiene desperdicio: Harvard, tiene un estudio terminado sobre lo que significaría la legalización de las drogas narcóticas para la economía norteamericana, partiendo con números fríos de cuanto se ahorraría el estado si dejara de prevenir y perseguir el delito. Siguiendo con cantidades astronómicas que ingresarían al estado por concepto de impuestos de entrada y ventas dentro del territorio del país, contemplándose también el índice de crecimiento económico por activación de nuevos negocios que entrarían a funcionar inmediatamente se promulgaran leyes que permitieran esta clase de negocios.

No nos adelantemos a los acontecimientos, pero es previsible que si políticas como estas se pusieran en marcha en los países más importantes e influyentes del globo, muy pronto estaríamos asistiendo al nacimiento oficial de la primera generación de tarados de la humanidad. ¡Que Dios nos libre!

http://www.almomento.net/news/135/ARTICLE/29472/2009-03-21.html

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