lunes, 5 de octubre de 2009

La haitianización de la frontera

Vinicio A. Castillo Semán - 10/5/2009

La última vez que vi con vida al Dr. Joaquín Balaguer fue en ocasión de una visita que en compañía de mi hermano Pelegrín hiciéramos a su residencia, semanas antes de su muerte. El Dr. Balaguer, postrado en un sillón de extensión y con un evidente deterioro físico, nos expresó que su mayor preocupación sobre el futuro de República Dominicana era el problema de la inmigración haitiana, los intentos de las potencias extranjeras de fusionarnos con Haití y el agua como elemento esencial de nuestro desarrollo.

Leyendo el trabajo realizado por reporteros del LISTÍN DIARIO sobre la situación de la frontera, me recordé de aquella inolvidable y última conversación con quien, a pesar de tener en ese entonces un pie en la tumba, nunca dejó de preocuparse sobre el futuro de una República Dominicana que la vida no le permitiría conocer. Era el estadista que, pese a toda la cháchara de sus adversarios, construyó casi la totalidad de la infraestructura de presas y canales con que cuenta la nación, teniendo su gestión como una preocupación fundamental el tema de la deforestación y desertificación de la tierra dominicana. Pese a los infelices esfuerzos mediáticos de los partidarios de la haitianización del país, la realidad se abre paso cada día sobre los discursitos pseudo-liberales de pacotilla.

La invasión pacífica y masiva de los haitianos sobre nuestro territorio (especialmente en la frontera) es un hecho objetivo e incuestionable, acompañado lamentablemente con un proceso de desertificación similar al que la población haitiana llevó a cabo en su propio territorio, sin que tristemente se escuche el reclamo ni la bulla de algunos sectores “avanzados” que se dicen preocupados por los recursos hídricos del país. La degradación y el daño ecológico reflejado en los reportajes del LISTÍN no deben haber sorprendido a los que han tenido la oportunidad de sobrevolar el territorio haitiano en la frontera con República Dominicana, en la que se percibe perfectamente el contraste (a lo mejor lo llamen racista) de los dos sistemas ecológicos de ambas naciones.

Por un lado, la depredación de los bosques, la desolación, incluso de su propia plataforma marina, y al otro lado, la hasta hace unos años alfombra verde (desde los cielos) de República Dominicana, diferencia que implica un grave y ancestral problema cultural de la olvidada población haitiana con respecto al medio ambiente que le rodea.

Todo esto se ha venido agravando por una serie de factores, el principal de ellos la desatención, la indiferencia y la actitud timorata de las autoridades de los gobiernos dominicanos, al mantener abierta de par en par y sin mayores controles lo que es, sin dudas, una grave invasión pacífica de cientos de miles de desdichados y olvidados seres humanos de un Estado colapsado, que habitan la parte oeste de la isla.

Tengo el firme criterio de que la haitianización de la frontera tiene su origen en la no ejecución por parte del Estado de planes de desarrollo concretos en esa olvidada zona de nuestro país. ¿Qué va a hacer un dominicano viviendo en la frontera? Los dominicanos se han ido porque han comprendido que no tienen posibilidades de desarrollar una vida digna y productiva en donde nacieron y crecieron. Si queremos revertir de forma efectiva la haitianización de la frontera, independientemente de los naturales y lógicos controles militares y policiales, es indispensable e inaplazable hacer una frontera humana de dominicanos que se sientan atraídos a regresar o a mudarse a la olvidada zona fronteriza, para lo cual es obligatorio que el Estado tenga que desarrollar toda una política que intervenga y ponga en ejecución grandes proyectos de desarrollo turísticos, hídricos y agropecuarios.

Es inexplicable, para poner un ejemplo, que en Pedernales algunos ecologistas y ciertos sectores de opinión pública se movilizan con gran éxito y potencia para lograr la preservación de especies marinas, y no se les oiga decir “esta boca es mía” por la depredación de los bosques que llevan a cabo los haitianos, o por la inexistencia de medios productivos para los habitantes de esa olvidada provincia, en la que parece que los “éxoticos lagartos” tienen más importancia que el desarrollo de esas comunidades del sur profundo.

El presidente Fernández debe hacer uso del poder que le concedió el pueblo para dar luz verde, por encima de los extremismos ecológicos, a grandes proyectos de desarrollo turísticos en la región fronteriza norte y sur (Pedernales y Montecristi), ofreciéndole facilidades y exenciones fiscales a inversionistas locales y extranjeros, tal y como con éxito se le dio en su momento a Puerto Plata, Higüey y otras regiones del país (que lograron desarrollar exitosamente su potencial turístico), condicionando éstas a la rigurosa exigencia de la proporción establecida por ley en la contratación de mano de obra nacional, de forma tal que sea atractivo para cualquier dominicano irse a trabajar dignamente a la frontera.

El Estado puede, igualmente, al momento de dar facilidades y exenciones a grandes inversiones en esa depauperada zona del país, exigir como una de las contrapartidas la reforestación y el desarrollo agrícola de vastas zonas fronterizas al través de cultivos intensivos, cuyos mercados pueden estar asegurados con desarrollo turístico apropiado. No hay forma de desarrollar esa región fronteriza sin la inversión de grandes capitales privados (cuando no provengan de crimen, obviamente), los cuales no pueden ser ahuyentados por una prédica creciente y de moda, que procura situarlos a los ojos de la población como delincuentes explotadores.

El turismo en esa pobre y depauperada zona fronteriza es la única esperanza de que podamos sembrar una defensa humana y de desarrollo en nuestra frontera. Si eso no se comprende, no habrá solución a la haitianización total de la frontera dominicana y al avance de ésta, sobre todo en territorio de la República.

http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=117092

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