Juan D. Cotes Morales - 10/11/2009
Ahora que el doctor Marino Vinicio Castillo dirige la Comisión de Ética y Lucha Contra la Corrupción, el Honorable Presidente Leonel Fernández, evidentemente descansa en este incansable hombre para responder los requerimientos de la sociedad civil y contener la indiferencia o desplante de muchos funcionarios, políticos, aliados y allegados a la Administración Pública.
En muchas ocasiones he sostenido que funcionarios y empleados públicos pueden hacer lo que quieran, según su voluntad y libre albedrío, nada impide que se compre de menos y se pida apuntar de más o que se reciban comisiones exageradas por mercancías sobrevaluadas, de mala calidad y en menor cantidad de la dispuesta y requerida por la institución. A esto se le llama “sisa” y a quienes así actúan “sisadores”. Esta es la conducta y el comportamiento más común de todas las criadas que hacen compras en los colmados, de todos los choferes que compran combustibles y lubricantes, así como también de los guaremates o sargentos jefes de mesas encargados de comprar los alimentos para los oficiales y alistados de las Fuerzas Armadas.
En las oficinas recaudadoras, gracias a la tecnología y a la contabilidad computarizada se han eliminado los ajustes, conciliación y revisión de las cuentas por pagar y son muy escasos los recursos jerárquicos y los recursos de reconsideración.
Vale recordar la quiebra del IDSS, los agentes de retención nunca le pagaron. Ahora la Seguridad Social, los Riesgos Laborales y la Administradora de Fondos de Pensiones son otra cosa. Dice Erich Fromm (Ética y Psicoanálisis), que la vida del hombre no puede ser vivida repitiendo los patrones de su especie, es él mismo ñcada unoñ quien debe vivir. El hombre es el único animal que puede ser fastidiado, que puede ser disgustado, que puede sentirse expulsado del paraíso.
Y es así. Pues, tal como dice Savater, las leyes y los jueces intentan determinar obligatoriamente lo mínimo que las personas tienen derecho a exigir de aquellos con quienes conviven en sociedad, pero se trata de un mínimo y nada más. Muchas veces por muy legal que sea, por mucho que se respeten los códigos y nadie pueda ponernos multas o llevarnos a la cárcel, nuestro comportamiento sigue siendo en el fondo injusto.
Las personas somos demasiado distintas, las situaciones son demasiado variadas, a menudo demasiado íntimas, como para que todo quepa en los libros de jurisprudencia. Y al final, quien vive bien debe ser capaz de una justicia simpática o de una compasión justa, a pesar de que muchos desean y hacen justicia y solo reciben la justificación que se hace.
Dice Francois Rabelais en su obra Gargantúa y Pantangruel que “las gentes libres, bien nacidas y bien educadas, cuando tratan con personas honradas, sienten por naturaleza el instinto y estímulo de huir del vicio y acogerse a la virtud. Y es a esto a lo que llaman honor. Pero cuando las mismas gentes se ven refrenadas y constreñidas, tienden a rebelarse y romper el yugo que las abruma. Pues todos nos inclinamos siempre a buscar lo prohibido y a codiciar lo que se nos niega”.
http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=117753
No hay comentarios:
Publicar un comentario