En Monte Cristy estableció el general Gómez su residencia
No hay dudas de que los hombres que labraron el tronco de la independencia cubana, eran hombres de bronce, con músculos de acero y voluntad indomable.
Por eso en 1887 encontramos trabajando como obreros, en las obras del Canal de Panamá, con la Compañía de Fernando de Lesseps, a estos veteranos de la Guerra Grande (La de 1868 a 1878): Máximo Gómez, Antonio Maceo, Flor Crombet y Francisco “Paquito” Borrero. Un año después, el general Gómez estaría junto a su familia en Jamaica y optaría por el regreso a su patria, después de veintitrés años de aquella salida inolvidable del mes de julio del 1865 con su madre y sus hermanas hacia Cuba.
En la ciudad de Monte Cristy estableció el general Gómez su residencia. Y con el apoyo económico de Juan Isidro Jiménez Pereyra, se consagró al fomento de una finca agrícola. La finca estaba entre Laguna Salada y Guayacanes y sería para la siembra de tabaco a la manera de los cubanos. La Reforma recibió por nombre la explotación agrícola. El responsable de ese sueño proyecto solamente quería producir para alimentar a su familia y más que todo para educar a sus hijos. No soñaba con beneficios, porque aseguraba ese grande hombre: “Hace muchos años que me siento rico, por haber aprendido a saber ser pobre”.
A Monte Cristy vino Martí más de una vez a conversar y a planificar, con el gran maestro de las espantosas cargas al machete. Y una vez, en una ocasión el general Gómez fue a Nueva York a ver al apóstol José Martí, para conversar y planificar. Martí y Gómez iban a atar voluntades. Iban a aunar los ánimos de los veteranos de la guerra que empezó en el 1868 y terminó en el 1878 y también irían en búsqueda de los revolucionarios nuevos. En puridad de verdad el apóstol cubano y el guerrero dominicano estaban dando los toques finales e imprescindibles para la próxima insurrección de Cuba.
Resulta importante relatar algo ocurrente y hasta pintoresco relacionado con el general Gómez, cuando estaba entregado a la agricultura allá por las llanuras de Guayacanes y Laguna Salada. Siempre montaba un caballo trotón, en él hacía muy por la mañana repetidos ejercicios en el manejo del sable. Soltaba y ponía el caballo al escape y de pronto soltaba tremenda descarga de su arma sobre algún matojo, de preferencia un tronco de plátanos. O sino manejaba las riendas para sentar de nalgas la montura, sangrándole la boca. Los extraños y asombrados campesinos que lo vieron por primera vez en tan extraña faena que no parecía cuadrarle a la edad del jinete, esparcieron y difundieron por “las linieras comarcas”, que el viejo y aguerrido soldado tenía metida entre ceja y ceja la idea de volver a la guerra a dar sus espantosas y tremendísimas cargas al machete. En voz alta se puede afirmar que Máximo Gómez fue el último gran jinete del continente, en tarea libertadora. Sobre un caballo él vivió de 1868 a 1878 y en su plantación de La Reforma entrenaba todos los días, porque iba a vivir a caballo en Cuba, tres años más de 1895 a 1898. De Gómez se puede decir: “Frío como el acero de su espada, y recio, y áspero, implacable como la Esfinge del Desierto, nada fue suficiente a conmoverle. Cada emoción fue un gesto imperceptible en su rostro de piedra, en su terrible faz de momia faraónica y sagrada”.
http://67.199.16.148/opiniones/2009/10/1/295978/Maximo-Gomez-obrero-agricultor-revolucionario-y-libertador
Por eso en 1887 encontramos trabajando como obreros, en las obras del Canal de Panamá, con la Compañía de Fernando de Lesseps, a estos veteranos de la Guerra Grande (La de 1868 a 1878): Máximo Gómez, Antonio Maceo, Flor Crombet y Francisco “Paquito” Borrero. Un año después, el general Gómez estaría junto a su familia en Jamaica y optaría por el regreso a su patria, después de veintitrés años de aquella salida inolvidable del mes de julio del 1865 con su madre y sus hermanas hacia Cuba.
En la ciudad de Monte Cristy estableció el general Gómez su residencia. Y con el apoyo económico de Juan Isidro Jiménez Pereyra, se consagró al fomento de una finca agrícola. La finca estaba entre Laguna Salada y Guayacanes y sería para la siembra de tabaco a la manera de los cubanos. La Reforma recibió por nombre la explotación agrícola. El responsable de ese sueño proyecto solamente quería producir para alimentar a su familia y más que todo para educar a sus hijos. No soñaba con beneficios, porque aseguraba ese grande hombre: “Hace muchos años que me siento rico, por haber aprendido a saber ser pobre”.
A Monte Cristy vino Martí más de una vez a conversar y a planificar, con el gran maestro de las espantosas cargas al machete. Y una vez, en una ocasión el general Gómez fue a Nueva York a ver al apóstol José Martí, para conversar y planificar. Martí y Gómez iban a atar voluntades. Iban a aunar los ánimos de los veteranos de la guerra que empezó en el 1868 y terminó en el 1878 y también irían en búsqueda de los revolucionarios nuevos. En puridad de verdad el apóstol cubano y el guerrero dominicano estaban dando los toques finales e imprescindibles para la próxima insurrección de Cuba.
Resulta importante relatar algo ocurrente y hasta pintoresco relacionado con el general Gómez, cuando estaba entregado a la agricultura allá por las llanuras de Guayacanes y Laguna Salada. Siempre montaba un caballo trotón, en él hacía muy por la mañana repetidos ejercicios en el manejo del sable. Soltaba y ponía el caballo al escape y de pronto soltaba tremenda descarga de su arma sobre algún matojo, de preferencia un tronco de plátanos. O sino manejaba las riendas para sentar de nalgas la montura, sangrándole la boca. Los extraños y asombrados campesinos que lo vieron por primera vez en tan extraña faena que no parecía cuadrarle a la edad del jinete, esparcieron y difundieron por “las linieras comarcas”, que el viejo y aguerrido soldado tenía metida entre ceja y ceja la idea de volver a la guerra a dar sus espantosas y tremendísimas cargas al machete. En voz alta se puede afirmar que Máximo Gómez fue el último gran jinete del continente, en tarea libertadora. Sobre un caballo él vivió de 1868 a 1878 y en su plantación de La Reforma entrenaba todos los días, porque iba a vivir a caballo en Cuba, tres años más de 1895 a 1898. De Gómez se puede decir: “Frío como el acero de su espada, y recio, y áspero, implacable como la Esfinge del Desierto, nada fue suficiente a conmoverle. Cada emoción fue un gesto imperceptible en su rostro de piedra, en su terrible faz de momia faraónica y sagrada”.
http://67.199.16.148/opiniones/2009/10/1/295978/Maximo-Gomez-obrero-agricultor-revolucionario-y-libertador
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